México se encuentra ahora en un rio de anécdotas. Ahí están nuestros hijos, esos jóvenes que sin saberlo le dicen al mundo que México es mucho más que las historias de corrupción y violencia que hemos vivido. México somos nosotros, lo dicen con los puños en alto, sacando piedras, pasando cubetas llenas de escombro, llevando picos y palas en las espaldas, con los músculos por delante, llenándose el corazón de tierra entre los derrumbes.
Ahora México es dolor, pero también es amor, coraje, valor, entrega y abrazo. Eso lo dicen los relatos de los jóvenes que se arrojaron al pantano del sismo. Sus voces son un río de anécdotas estremecedoras que suenan a himno, a nación, a heroismo, a patria.
Aquí, unas cuantas gotas de ese río. Dice Al Barreiro:
Ayer estuve seis horas ayudando en la zona cero de Escocia, en la Del Valle. Me quedé en casa de mis papás y me levanté a las 6:30am, mi mamá me hizo de desayunar mientras me alistaba y me enfilé hacía Heriberto Frías, donde convocan a los voluntarios. Nos explicaron que las mujeres pasamos cubetas vacías al Ejército, quienes las llenan de cascajo y las regresan a las 2 filas de hombres que están formados detrás de nosotras, replegados en las paredes. Las varillas, vidrios, muebles, boiler y objetos más peligrosos son movidos por el ejército. Conocen la inexperiencia de la mayoría de los voluntarios y no nos arriesgan. Para entrar nos dan equipo -casco, guantes, chaleco y tapabocas- escriben tu nombre, un número de contacto y tipo de sangre en el brazo con plumón indeleble y te vacunan contra el tétanos. Entramos a la zona cero en silencio, con el celular apagado y rápidamente nos ponen a trabajar. (Previo tuvimos el susto del temblor, nos replegamos y tardamos 45 min más en entrar mientras Protección Civil verificaba que era seguro nuestro ingreso). Mis ojos no dan crédito a lo que veo: nunca había visto un edificio caído y es impresionante como una estructura tan robusta y sólida es ahora una montaña de cascajo y recuerdos. La línea de vida -como la conocen- comienza y uno deja de pensar para ponerse a trabajar. Mientras uno está activo continuamente ofrecen agua, electrolitos, dulces, tamales y huevos duros, donado por la sociedad. Los voluntarios preferimos no comer, solo agarramos dulces para dejarles la comida al ejército e ingenieros. También pasan voluntarios médicos para saber si te sientes bien, colocan gotas en los ojos y sacan a quienes ven más cansados de lo normal. Pasar cubetas (botes de pintura) parece sencillo, pero después de una hora sientes ampollas en las manos y calambres en los hombros. Te das cuenta que no eres la única cansada cuando las cubetas empiezan a caerse de las manos de las demás. Algunos gritan que hay que tener cuidado, que pueden romperse. Los hombres nos alientan y nos dicen que hacemos un gran trabajo. Mientras te concentras en no retrasar la actividad ves pasar pedazos de la vida de alguien más: zapatos, fotos, sillas, ropa, edredones, cuadros. Objetos que seguramente se obtuvieron con esfuerzo y dedicación, y ahora son nada. Llamó mi atención una carretilla (tirada en su mayoría por albañiles, quienes sacan escombros más grandes) con un juego de copas nuevo, aun envuelto. Conforme las mujeres dimiten nos recorremos y me acerco a la zona cero. Veo un auto en los escombros del estacionamiento: es un Sentra rojo y está intacto. Sin embargo, la entrada está detenida con polines por lo que probablemente no saldrá completo. Nadie toma selfies ni trae música, tampoco hablan, bromean o flojean. El respeto es tangible, es una zona de luto. Un día antes sacaron un pug y un gato, por lo que existe la posibilidad de que haya vida entre los escombros. Nuestra eficiencia puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de alguien más. El Ejército, la Marina y los ingenieros trabajan incansablemente. Hay una grúa que con precisión milimétrica mueve las paredes señaladas para continuar con la búsqueda; cuando lo hace el silencio es absoluto. Tiene una bandera de México en la punta y cuando se mueve ésta hondea -el corazón se hincha. Los militares se colocan enfrente de nosotras para protegernos. Una vez que la pared está en el suelo toman sus picos y la deshacen en minutos. Empieza de nuevo: pasar rápidamente las cubetas para sacar el escombro lo antes posible, las cubetas regresan con los hombres, las carretillas van y vienen, el ejército sale con material riesgoso. La garganta pica, los ojos molestan, el corazón duele, el alma se engrandece al ver el esfuerzo de todos por ayudar desinteresadamente al otro. Llega el equipo chileno para ayudar y suben a evaluar los escombros. La actividad continua hora tras hora. Te habitúas a tus compañeras, sabes que la de la izquierda es rápida pero la de la derecha es despistada, por la que continuamente le ayudo para no retrasarnos. Debajo del caso y tapabocas es difícil saber su edad pero son mucho más jóvenes que yo, la mayoría de los voluntarios lo son. Después de un tiempo pasa un ingeniero y nos pregunta a que hr entramos: a las 8:30am. Nos dice que debe sacarnos, algunas aceptan pero mi compañera de la izquierda y yo le comentamos que aguantamos un par de horas más. Nos comentan que son casi las 3 -no puedo creerlo- y que nos deben relevar para evitar un incidente. Detienen la línea de vida y anuncian que saldrá un convoy con 15 mujeres. Dejamos las cubetas y nos enfilamos sobre Escocia rumbo a Eugenia. Mientras lo hacemos la gente deja lo que tiene en las manos, se quita los guantes y comienza a aplaudirnos: los voluntarios, los paramédicos, los ingenieros, los albañiles. Una persona del ejército grita: ¡vivan las mujeres mexicanas valientes! Y así, entre aplausos y gritos, con la vista en el suelo y aguantándome las lágrimas salgo de la zona cero. Damos vuelta hacia Eugenia, entregó el equipo y la gente me ofrece fruta, comida y agua mientras me felicitan. Les doy las gracias y sigo de largo. Mientras camino me doy cuenta que voy sola -no sé dónde están las demás, pero me hubiera gustado despedirme de ellas- me duele todo, tengo mucha hambre, me arde la cara y me siento mareada. Un voluntario se da cuenta y me detiene, me llevan a un control donde me dan un plátano y un refresco. Me espero unos minutos y salgo de la zona acordonada donde los relevos y la policía me aplauden nuevamente. Nunca he recibido tanta atención así que sólo sonrío -la fama no es lo mío. Respiré agradecida, me peiné el cabello tieso, sacudí un poco mi pantalón y continué caminando sobre Gabriel Mancera, pensando en todo lo que acababa de vivir, orgullosa de mi trabajo y sobre todo, de no haber llorado enfrente de los demás. Eso termino cuando vi a mi mamá esperándome afuera del primer retén, entre los camiones de volteo listos para entrar a sacar más escombro.
Somos muy afortunados de tenerlo todo y lo menos que podemos hacer es ayudar a quienes están pasando tiempos difíciles. Esta foto me la tomó Maria Eugenia Romero infraganti al llegar a su casa, para que nunca olvidé lo que aprendí y sentí en ese día… no lo haré.
Otra historia:
Buscando depa para Fer
El día ayer a media tarde me marcó mi amiga Fernanda, a quien conocí en un taller de desarrollo personal. Fer es de esas mujeres que lucha hasta conseguir lo que quiere y en el proceso crea conciencia de lo que ha hecho bien y de lo que ha hecho mal. Entre lágrimas, logró compartirme que se sentía muy frustrada, desesperada y cansada pues lleva una semana en modo urgencia buscando depa y no encuentra. Su amada colonia Condesa está en shock al igual que ella pues tuvo que ser desalojada porque su viejo departamento de la calle Nuevo León no puede ser habitado. Todos sus muebles siguen ahí.
Fer es “freelance” y por consiguiente no tiene comprobantes de ingresos, cuando me marcó venía saliendo de una cita donde vio un departamento que se adecuaba a sus necesidades (y presupuesto), pero los modos de la señorita que la atendió para rentarlo fueron nefastos, mostró cero empatía con el tema e incluso fue grosera al decirle que como se presentaba sin comprobantes de ingreso a la cita, que sus estados de cuenta y de ahorros no eran suficientes para ser candidata a renta.
Impotente por la situación, se me ocurrió recurrir a un grupo de mujeres (micro) empresarias en Facebook pidiendo apoyo para mi amiga y solicitando ayuda para ver si alguien conocía a alguna persona que rentara un depa y fuera un poco más sensible con la situación que estaba atravesando mi amiga.
A partir de ese momento, la respuesta fue inmediata y recibí desde el famoso “puntito mitotero” hasta ofrecimientos de hospedaje gratuito en casa de algunas de las empresarias. Me pongo chinita de contarlo y al hacer conciencia, mujeres abriendo las puertas de su casa a mujeres (y a su mascota) que ni si quiera conocen simplemente por el hecho de querer apoyar y ser empáticas con el sufrimiento y desesperación de alguien más.
Al día de hoy, Fernanda sigue buscando depa pero gracias al grupo, hemos logrado contactar con grandes personas dispuestas a apoyar aceptándola sin comprobantes de ingresos e incluso disminuyendo la renta dada su situación.
Mañana ya tiene varias citas, esperemos finalmente encuentre un nuevo espacio al cual pronto pueda volver a llamar hogar.
Mónica Yáñez