En la antesala de los Juegos Olímpicos de este año, Río de Janeiro tiembla. Algo que puede ser un temblor deportivo, turístico y financiero recorre desde la playa de Copacabana hasta la punta del Corcovado. El Washington Post recoge las declaraciones de las autoridades municipales de la ciudad más emblemática de Brasil para encender la voz de alerta. «Estamos en una calamidad de las finanzas públicas», señala un comunicado oficial de las autoridades, y el gobernador de Río -Francisco Dornelles- atiza el fuego diciendo que «la crisis puede provocar un colapso total en términos de salud pública, educación, transporte y medio ambiente.» ¿Y los Juegos Olímpicos? Pues… se hundirán por su propio peso.
Junto a estas declaraciones aterradoras, el diario O Globo dice que no es para tanto, que Río recibirá un préstamos de auxilio del gobierno federal por casi 3 mil millones de reales -cerca de mil millones de dólares-, y que con eso se podrá concluir la línea faltante del Metro, y pagar los salarios a los policías y todos los trabajadores eventuales de los Juegos Olímpicos. Y para mostrar la mejor cara de Río, el vocero del magno evento salió muy sonriente para decir: «Estamos listos». La mecha es muy corta: la inauguración será el próximo 5 de agosto.
Es difícil evaluar lo que sucede realmente en Río, y en el país en su conjunto. La epidemia del Zica, el estancamiento económico, la corrupción de los círculos políticos y el degollamiento de la presidenta Dilma Rousseff son puntas de diferentes icebergs que hacen pensar en una situación caótica, donde una miríada de grupos políticos y económicos buscan sacar provecho de la las Olimpíadas, mientras otros apuestan a su fracaso frotándose la manos.