La última película de ese monstruo de la cinematografía norteamericana llamado Martin Scorsese fue tejida a lo largo de 25 años. No es una película apta para agradar a nadie. Está basada en una novela de Shūsaku Endō, escrita en 1966. Se trata del viaje de dos curas jesuitas portugueses rumbo a Japón en busca de su mentor, en una época en la que el país del Sol Naciente se atrincheraba en sus islas para repeler las invasiones del mundo exterior. Era el mediodía de los shogunes, el feudalismo del oscuro siglo XVII. Las religiones extranjeras estaban prohibidas, y sus escasos adeptos sufrían todo tipo de persecuciones.
Después del escandaloso éxito que logró Scorsese en El lobo de Wall Street, su nueva película parece dirigirse al extremo opuesto. Silence, Silencio. Que nadie hable. Pero que todo mundo vea. La fe no mueve montañas. Produce crucifixiones.
Las series y películas de Scorsese constituyen un menú de lo más variado. Incluyen dramas de personajes solitarios como Taxi Driver, relatos de suspenso como Cabo de Miedo, biografías olvidadas como la de El Aviador, capítulos históricos como Pandillas de Nueva York, aventuras literarias como Hugo, crónicas del surgimiento del rock como Vinil, historias de mafiosos como Buenos Muchachos y Casino. Con Silencio, Scorsese vuelve sus pasos al sendero de La última Tentación de Cristo, una película que irritó profundamente a los cristianos pastoreados por Juan Pablo II en 1988.
Silencio parece ser una historia épica sin héroes. Aquí los católicos tienen que renegar de su fe para evitar el martirio. Los japoneses resultan peores que los miembros de la Santa Inquisición al aplicar las torturas. Los encuentros entre civilizaciones distintas terminan en derramamientos de sangre. Nadie se salva.
Silencio no fue ningún éxito de taquilla. Durante su lanzamiento, con todo y el nombre de Scorsese en las carteleras, recaudó no más de 13 millones de dólares, una migaja si se considera que el costo de la producción fue de 40 millones de dólares. Y aunque la crítica la valoró con altas calificaciones, el público no acudió a verla. ¿Unos sacerdotes católicos perseguidos en el Japón del siglo XVII? El tema no resultaba atractivo.
El Silencio se prolongó a lo largo del año. Y llegó a la Academia de Hollywood. La película no fue nombrada como candidata a Mejor Película del Año. Martin Scorsese no figuró como candidato a Mejor Director. Sin embargo, la única nominación que recibió fue la de Mejor Fotografía. Y el fotógrafo es Rodrigo Prieto, un mexicano.
Un artículo de Time se dedica a aplaudir con estruendo el trabajo de Prieto. Stephanie Zacharek, crítica de Los Ángeles, dice que la película es una joya visual gracias al maridaje entre el director y el fotógrafo. Ambos utilizaron exclusivamente luz natural para lograr tomas inolvidables de la niebla, las montañas, el interior de las cuevas, el reflejo del agua y las últimas luces del sol.
Sí. Rodrigo Prieto puede inscribirse en la saga de Emmanuel Lubezki, orgullo de todos los mexicanos.