El infausto capítulo donde perdieron la vida niños y mujeres de la familia Le Baron ha dejado varias lecciones. Y una de ellas, tratando de hacer a un lado el dolor y la profunda indignación que han recorrido tanto la frontera como los territorios de México y Estados Unidos, es que la colaboración de ambos países en este campo no puede estar marcada por la intervención de las fuerzas armadas del Pentágono en territorio nacional.

México recuerda aún con duelo el pasaje del siglo XIX que terminó en el robo de más de la mitad de su territorio a manos del vecino del norte. Y eso no quiere que se vuelva a repetir. Es comprensible que haya voces que se levantan para exigir justicia a manos de la policía o el ejército de Estados Unidos, pero en México nadie quiere volver a ver una presencia de fuerzas extranjeras que siempre tiene el olor de una invasión. Por eso el gobierno ha rechazado firmemente dicha medida, y al presidente Donald Trump le ha quedado muy claro el rechazo.

Existen otras formas de colaborar para terminar con la violencia de los cárteles en México. Una de ellas, tal vez la más importante, sería el fin del tráfico de armas de Estados Unidos hacia México, un flujo que representó más de 106 mil armas confiscadas en la frontera en el periodo que va de 2011 a 2016. El tema es muy delicado, porque en Estados Unidos la venta y el tráfico de armas es un asunto legal, y en México no. Pero sería muy útil para México que el vecino del norte dejara de ser un surtidor seguro para los grupos de criminales que ha ensangrentado al país en los últimos años.

Queda claro: México no quiere soldados extranjeros en su territorio.

Armas tampoco.