Desde el sismo de 1985, que derrumbó amplias zonas de la capital, la solidaridad ha sido un ingrediente indispensable para las tragedias de México. No existe un sector que no se sienta conmovido por las muertes, los heridos y desplazados por huracanes y terremotos. El ejército se moviliza y pone sus músculos en labor de rescate. Las dependencias públicas, siempre descoordinadas, unen sus esfuerzos para apoyar de cualquier forma. Los tres órdenes de gobierno se presentan ante los damnificados para tratar de hacer algo. Si no pueden hacer nada, por lo menos abrazan. Los empresarios sacan sus carteras sin recelo. Los centros de acopio se llenan. Todo mundo quiere dar algo. En medio del dolor hay también actos heroicos.
La educación superior de México, uno de los sectores menos infectados con nuestros males, siempre está presente en las desgracias. Los estudiantes de ingeniería del Instituto Politécnico Nacional llegaron al municipio de Ixtaltepec en Oaxaca para realizar un diagnóstico estructural de las viviendas afectadas. En muchos casos, aún a pesar de la resistencia de los habitantes, dictaminaron evacuar las viviendas con daños. Sua Muñoz Cano, ingeniero topógrafo de la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura de Ticomán, dictaminó el alto riesgo de muchas casas. «Esta situación se presentó debido a que las casas no tienen las columnas de soporte y tienen fracturas en forma vertical, estos rasgos son muestra de que la cimentación puede caerse en cualquier momento».
Lo primero es salvaguardar la vida de los habitantes. Lo segundo, reforzar las casas que pueden salvarse. Y a las demás, demolerlas. Para los que perdieron sus casas ahí está la brigada de salud del Centro Interdisciplinario de Ciencias de la Salud Unidad Santo Tomás, que además de curar heridos está ahí para tratar el estrés post traumático y la depresión.
Las brigadas universitarias y politécnicas demuestran que la educación es una posible salida para todos los males. Y no solo para los desastres.