El Papa Francisco y Barack Obama tienen mucho en común. Francisco es el primer Papa nacido en América Latina; Obama es el primer presidente negro de Estados Unidos. Juntos representan un parteaguas común para la Iglesia Católica y para el país más poderoso del mundo. Por ello, seguramente, han decidido dejar una huella de su paso por el mundo.
No es ningún secreto que ambos, rompiendo todos los moldes, hayan sido los artífices del deshielo de las relaciones de Estados Unidos hacia Cuba. Tampoco lo es el que, más allá de sus simpatías recíprocas, comparten una lucha de diferentes frentes contra la guerra, la pobreza, el hambre, el racismo, la discriminación, la injusticia, la desigualdad social y la falta de libertades.
Por eso en el discurso de bienvenida el presidente de Estados Unidos le dijo al Sumo Pontífice: «Su Santidad, con sus palabras y sus acciones, ha puesto un profundo ejemplo moral. Y con sus sutiles pero firmes recordatorios de nuestras obligaciones para con Dios y entre nosotros, ha sacudido nuestra complacencia. Usted nos ha sacado de nuestra parálisis, y nos ha dado la confianza para unirnos, en humildad y servicio, para lograr un mundo más justo y más libre.»