Hay una especie de ballenas que se quedan varadas en las playas de manera incomprensible. Son las llamadas ballenas piloto o calderones, que tienen una cabeza muy voluminosa y un color negro oscuro que las distingue de los demás cetáceos gigantescos. Llega a medir más de 6 metros, y todas ellas son sociables por naturaleza. Nadan en cardúmenes familiares de más de 100 ballenas, siguen a un líder nadando con ritmo, y su encallamiento en las arenas de Australia y Nueva Zelanda es visto como un drama difícil de evitar. Generalmente, cientos de voluntarios acuden en su ayuda; casi siempre en vano.
El fin de semana pasado la tragedia se desarrolló en la bahía de Hamelin, en el extremo occidental de Australia, unos 250 kilómetros al sur del puerto de Perth. En esa tierra de nadie, más de 150 ballenas llegaron a morir fuera del mar. Al escuchar la voz de alarma, más de un centenar de voluntarios -entre pescadores, veterinarios y defensores de la vida silvestre- acudieron al rescate, y por más que trataron de devolver a las ballenas a las aguas salvadoras, sus esfuerzos terminaron en el fracaso. Solo 7 ballenas pudieron ser salvadas.
El fenómeno no es nuevo, y se repite con una puntualidad anual. En febrero de 2017, en un punto llamado Farewell Spit, a mitad de Nueva Zelanda, cientos de ballenas fueron a morir a pesar de los esfuerzos ciclópeos de 500 rescatistas. Lo más frustrante del evento fue que cuando lograban regresar a decenas de ballenas al mar, al día siguiente todas ellas regresaban a la playa.
¿Por qué se suicidan estas ballenas en masa? No se sabe a ciencia cierta. Algunos científicos adelantan la hipótesis de que se trata de una confusión en su sistema de comunicación, que las desorienta y las lleva hasta la playa. Otros sostienen que se trata de un tipo de solidaridad entre las ballenas, ya que si uno de sus congéneres llega a varar en la playa, todos los demás lo siguen a la muerte. Como los guerreros de la antigüedad.