México se encuentra, según la prensa extranjera, en la víspera del destape. En los próximos días el tapado perderá su capucha. El país conocerá el nombre del candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional. Como siempre, el día del destape tendrá lugar los últimos días de noviembre del año anterior a la contienda electoral. Y como siempre, también, todos los sectores del partido se irán a la cargada; es decir, colmarán de elogios al elegido, se pelearán por saludarlo y salir en la foto, aplaudirán a rabiar la decisión del presidente, cargarán al candidato en hombros. El destape del tapado pondrá al candidato del PRI en la esquina dorada del cuadrilátero para la pelea del próximo año.
Sin embargo, hay una serie de cambios que ya no encajan en la liturgia del destape. Ya no es como antaño. Para empezar, ya nada asegura que el candidato destapado del PRI llegue a ser el próximo presidente. Sea la figura que sea. Ahora hay varios candidatos de diferentes partidos y coaliciones, candidatos independientes, campañas que pueden cambiar el sentido del voto, ciudadanos que emiten su voto de acuerdo a su conciencia. Bueno, más o menos. Aún quedan resabios del pasado, mecanismos para influir el voto desde las cajas chicas de los recursos públicos, amenazas caciquiles, demostraciones de fuerza en las regiones más atrasadas.
Pero lo cierto es que el voto de los ciudadanos será el que decida quién será el próximo presidente.
Y el voto puede estar condicionado por el hartazgo. Por eso el tapado -entendido como el próximo presidente- ya está a la vista de todos. Es el candidato que ha cambiado de partido varias veces, que lleva más de una década de campaña, y cuya perseverancia lo ha puesto como puntero de las encuestas.