¿Qué es lo que buscan las decenas de miles de migrantes que salen de sus comunidades de origen y marchan hacia el norte para cruzar la frontera? El sueño americano, dicen muchos.
El sueño americano puede venderse como una nación llena de luces, donde los giros de la ruleta marcan la pauta para que cualquiera pueda sacarse una pequeña lotería en cuestión de minutos. Al fondo de esa escenografía, los casinos de Las Vegas son los prototipos de la buena fortuna y las carretadas de dinero que llegan a los bolsillos de los ganadores.
En esa estela, elaborada y acrecentada por las películas y las canciones, vale la pena llegar a la frontera a marchas forzadas, pagar decenas de miles de dólares a los polleros o traficantes de personas, cruzar el río sin saber nadar, sentir en las palmas de los pies el calor ardiente del desierto, no entender el idioma, perder la salud o la vida.
Todo por unos cuantos fajos de billetes de dólares. Esto no es Guanajuato pero, como dice la canción, aquí la vida no vale nada.
El señuelo del American Dream sigue imantando a millones de migrantes.
Y muchos lo logran. Son decenas de millones los mexicanos y centroamericanos que han cruzado la frontera -muchas veces sin papeles- y se han integrado a la maquinaria económica de Estados Unidos. Han conseguido un empleo. Han llevado o formado familias allá. Han aprendido a hablar en inglés. Han llegado a ganar más, muchísimo más, que si se hubieran quedado en sus pobres empleos en sus países de origen. Para ellos, el sueño americano nunca llegó a ser una pesadilla.