por Luis Andrés Giménez Cacho
Youth, la última película dirigida por Paolo Sorrentino, es una oda al retiro y la plenitud de la vida humana. En un lujoso hotel al pie de los Alpes suizos se desarrolla una fábula sobre cómo encontrar la esperanza y el brío juvenil de enfrentarse a la existencia cuando todo parece agotarse paso a paso.
Fred Ballinger es un director de orquesta retirado, interpretado por Michael Caine, quien arranca la película rechazando una invitación de la Reina Isabel para tocar en el cumpleaños del Príncipe Felipe. Está de vacaciones con su hija y su gran amigo, el septuagenario director de cine Mick Boyle, traído a la pantalla por Harvey Keitel, en un cómodo y opulento resort en los Alpes. Los días transcurren en un excesivo confort, el cual disimula las traiciones, olvidos y recuerdos que le han dado, y continúan dando, sentido a sus vidas.
La decadencia velada en comodidad alpina trae ecos con un siglo de antigüedad para recordar a Hans Castorp, quien vivió durante siete años en un hospital-hotel con este mismo carácter en La montaña mágica de Thomas Mann.
En aquella historia, la anemia fue el pretexto perfecto para aislarse de un mundo cambiante y así encontrar nuevos asideros a la realidad tornadiza. Los bríos para encarar la novedad del mundo estaban en copiosas comidas y en el aire fresco de la montaña. Algo similar está retratado en la película de Sorrentino, en donde la pausa vacacional en los Alpes se antoja como una estación donde aprovisionarse para el futuro que está siempre afuera.
La montaña mágica era una novela sobre la juventud aislada en algodones de la catastrófica Primera Guerra Mundial. «Youth» es una película sobre la plenitud recluida en lujos frente a los asaltos irrefrenables de la vida que se agota. Parece que la vejez y la juventud son similares, ambas encuentran refugio en Suiza, y en ambas la enfermedad, tanto como el miedo a la salud perfecta, pueden condenarnos al abandono de nosotros mismos. Posiblemente lo único que se requiere es una pausa contemplativa para comprender nuestra realidad y tomar la vida como viejos jóvenes, enfrentándola hasta la muerte.