La toma de posesión de Donald Trump mañana será un dolor de muelas para los agentes de seguridad de Estados Unidos. Por una parte, se espera una afluencia de entre 700 mil y 900 mil manifestantes y una centena de grupos sociales que expresarán sus antipatías al nuevo presidente. Se trata de una muchedumbre mucho menor que la que saludó el triunfo de Barack Obama hace ocho años -que llegó a los 2 millones de personas-, pero con una carga incandescente alimentada por las declaraciones de Trump.
Solamente la marcha de las mujeres sobre Washington -opositora a las ideas machistas de Trump- proyecta reunir un conglomerado de medio millón de manifestantes. Muchos medios afirman que, vistas las organizaciones en conjunto, se tratará de la mayor manifestación opositora al gobierno de la Casa Blanca desde los años turbulentos de la guerra de Vietnam.
Las autoridades encargadas del orden han tomado sus providencias. Ya hay dispuestas filas de autobuses en los alrededores del llamado Mall que circunda la Casa Blanca, previniendo la posibilidad de un atentado terrorista con vehículos, como los que se llevaron a cabo en Niza y en Berlín. Además, se han reunido más de 28 mil fuerzas de seguridad para prevenir posibles disturbios.
Si bien en los años de las revueltas estudiantiles de los años sesentas se mostró un país dividido entre norteamericanos bélicos y pacifistas, ahora se presenta algo tal vez más profundo: una mayoría blanca xenófoba, racista y excluyente se enfrenta a otra mayoría compuesta por negros, latinos, asiáticos, musulmanes y también millones de blancos. Las cifras electorales son muy claras. 60 millones votaron por Trump, y otros 60 millones votaron en contra.
Mañana todos se van a manifestar.