El golpe de Estado abortado en Turquía es una buena noticia: cualquier intento de regreso de los militares al poder por la fuerza debe ser condenado por todos los ciudadanos que aspiran a la democracia. Lo que sucedió en Turquía fue algo parecido a la Decena Trágica que vivió México durante la turbulencia del maderismo: un sector del ejército se sublevó contra el presidente, y después de un lapso de bombardeos y confusión entre la población, los jefes del ejército sublevado fueron vencidos y aprendidos. Sólo que lo que en México duró 10 días, en Turquía duró 10 horas. Los generales rebeldes se rindieron, y ahora serán juzgados como traidores. Todo eso suena lógico. Hubo decenas de muertos en la revuelta, pero eso para el gobierno es lo de menos: Turquía conservó su democracia, y el fracaso de los militares es un gran logro.
Sin embargo, la democracia turca no resulta muy clara. El presidente Recep Tayyik Erdogan es un político viejo, que ha navegado con muchas banderas, y que a ciencia cierta nadie sabe si es un hombre religioso con una visión muy recalcitrante del Corán, o si se trata de un laico capaz de integrar respetuosamente a todas las religiones a su país. Parece que no es así, por su política hacia las minorías kurdas. Los kurdos -cristianos siempre minoritarios-, han sido perseguidos con saña por su gobierno, mientras en los discursos oficiales se habla de una tolerancia religiosa hacia todas las religiones. Un doble lenguaje, como el de muchos otros gobiernos.
En su fachada internacional, el gobierno de Erdogan aparece siempre como un ferviente partidario de la adhesión a la Unión Europea, lo cual implica no solamente la multiplicación de los lazos comerciales con Europa, sino también la adopción de los valores occidentales, la democracia como sistema político y la protección de los derechos humanos como divisa.
Pero… aquí hay otro pero. El presidente Erdogan puede ser un apóstol del acercamiento con Europa, pero su democracia no incluye a todos. En especial, no incluye a las mujeres. Dice que ellas tienen los mismos derechos que los hombres, pero que una mujer sin hijos no está completa. Y que la constitución física de la mujer es tan diferente a la del hombre, que merece ciertas consideraciones. Pero no se refiere a la caballerosidad, sino a la discriminación. Por eso, cuando fue alcalde de Estambul, se aventuró a proponer la segregación de las mujeres en el transporte público y las escuelas. No lo logró, pero su propuesta es un botón de muestra de sus aspiraciones.
Por eso hay que celebrar que el golpe de Estado en su contra fracasó. Pero no hay que sonar las campanas de la democracia con el embuste de que ese sistema ha ganado otra batalla.