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Última baja de guerra

La fotografía le dio la vuelta al mundo. Slobodan Praljak, el general que dinamitó el Puente Viejo de la ciudad de Mostar durante la guerra de Bosnia, se levantó de su asiento de los acusados en el tribunal de La Haya, se llevó a los labios un pequeño vaso lleno de veneno y se lo bebió hasta el fondo.

Previamente, el tribunal afirmó que la destrucción del puente condujo a una matanza brutal de los musulmanes crotas, y que representó la desaparición de un símbolo cultural esencial para la población de Mostar. Fue construido en el siglo XVI por el sultán del imperio otomano, fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, y era el orgullo de la ciudad.

«No soy un criminal y rechazo con desprecio su veredicto», dijo Praljak al empujarse el veneno, y en unos cuantos minutos se desvaneció y fue llevado a una ambulancia hacia el hospital donde falleció. La sala se quedó estupefacta. El resto del mundo también. Andrej Plenković, primer ministro de Croacia, condenó al tribunal que lo juzgaba.

Quitarse la vida fue una decisión que el acusado tomó después de conocer la sentencia de 20 años de prisión que cayó sobre sus espaldas. A los 72 años de edad, prefirió morir de unos cuantos tragos a vivir el resto de sus días en prisión.

¿Fue un acto de rebelión para no afrontar el fallo del jurado? ¿Fue su condena justa?

El suicidio de Slobodan Praljak deja una nube de incógnitas sobre el proceso. Antes del estallido de la guerra, el condenado era un hombre pacífico, dedicado al cine y la literatura. Un profesor de letras. Pero durante el conflicto, metido de lleno en el bando croata, este profesor convertido en general dinamitó un puente que aisló a un pueblo entero, llevando a la muerte a miles de ciudadanos indefensos. Ese fue su crimen de guerra.

¿Merecía la cadena perpetua? Tal vez, y más por estar a las órdenes de una serie de carniceros croatas. Pero en la guerra la apuesta  de los participantes es la de de matar o morir, y desde esa perspectiva cualquier soldado lleva una carga de muerte en los hombros. No se trata simplemente de volar puentes, bombardear pueblos y ejecutar enemigos. Todos los participantes son víctimas y culpables.

En la guerra de Bosnia, uno de los enfrentamientos más sangrientos de finales del siglo pasado, murieron 100 mil personas, y fueron desplazados más de 2.2 millones de habitantes. La antigua Yugoslavia, heredera del coraje y el heroismo de los partisanos que resistieron al nazismo, se desangró en un conflicto que derivó en cristianos contra musulmanes.

El verdadero culpable de todo esto es la guerra misma.

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