El Consejo Económico y Social de la Ciudad de México: las complejidades de la participación pública Enrique Provencio.
Hay muchos consejos consultivos, comités ciudadanos y órganos participativos, de todos los temas y tipos, a todos las escalas, de los nacionales a los locales, de los generales a los específicos. Tantos que ni contamos siquiera con un registro confiable de ellos. Están formalizados en leyes y reglamentos, y hasta se han ensayado disposiciones para regularlos de manera general.
En alguna época, antes de la alternancia democrática del 2000, a tales espacios público –ciudadanos se les consideró como una alternativa para bajar la presión a las necesidades y clamores de intervención ciudadana, en un contexto de baja credibilidad de los mecanismos electorales y de mal funcionamiento del sistema de representación política.
De un modo u otros, se les veía como una manera de facilitar la intervención directa en las políticas públicas, y ya no sólo de canalizar la consulta, que había sido formalizada desde 1993 como la manera de captar la opinión para formular el plan y los programas de gobierno. La consulta popular, que sigue vigente, fue trivializada, se volvió un ritual sin prestigio, pero a fin de cuentas ahí sigue.
Los órganos participativos quisieron ir más allá de las consultas, y se les atribuyeron, en general, las funciones de revisar el contenido de las políticas, canalizar aportes para mejorarlas, revisar sus resultados, vigilar la aplicación de los programas. Se estructuraban por sectores: gobierno, academia, empresarios, ONGs y otros. Su década de oro fue la última del siglo pasado, pero se siguen creando y continúan proliferando.
Ahora el énfasis ya no se pone tanto en la consulta y la participación en general, sino en la capacidad de influir realmente en los asuntos públicos, en la llamada incidencia pública, aunque la RAE no esté muy de acuerdo con esta acepción del vocablo incidencia. Este es el punto clave: ¿qué tanto se influye realmente con los órganos participativos?
Está claro que las formas de intervención formalizadas en los consejos, los comités y este tipo de figuras conviven ahora con mecanismos más dinámicos y flexibles, basados en la interacción horizontal, montados no tanto en figuras legales sino en convocatorias abiertas, que usan redes digitales como plataformas, que confían más en las acciones directas –a veces las testimoniales- que en los mecanismos formales, que prefieren vigilar al gobierno desde fuera y a través de iniciativas dirigidas o focalizadas.
Y sí, la intervención pública es hoy diversa y heterogénea. A fin de cuentas, se canaliza por los medios más idóneos y según las preferencias. Con todo, los mecanismos formales siguen teniendo sentido, sobre todo cuando se trata de realizar un trabajo sistemático, de facilitar la elaboración de propuestas de largo alcance, de bordar más fino sobre las alternativas estratégicas, y para todo esto siguen siendo pertinentes los consejos, los comités y otras figuras. Por ejemplo el Consejo Económico y Social de la Ciudad de México (CES-CDMX).
El CES-CDMX existe por ley desde el 2010, pero no había funcionado realmente. Desde el lado no gubernamental tiene académicos, colegios profesionales, grupos sindicales y cámaras empresariales. Se inspiró sobre todo en las experiencias de consejos que en otros países buscaron ser un mecanismo de deliberación y diálogo público para orientar las políticas. Esto es lo esencial del CES-CDMX: la deliberación alrededor de las políticas, para orientar decisiones, presupuestos, iniciativas de ley y otras acciones.
En esta etapa, iniciada a fines de 2013, el CES-CDMX está tratando de integrar grandes planteamientos que miren al futuro del Distrito Federal, que perfilen el tipo de ciudad que se quiere en la siguiente generación en temas clave como la prosperidad, el ambiente, el agua, la movilidad, la cohesión social, la coordinación metropolitana.
Se trata de construir visiones de futuro y de difundirlas entre la población, que se sepa lo que puede ocurrir si continúan las tendencias que pueden llevarnos al colapso urbano, que se sepa lo que puede cambiarse si se mejoran las tendencias positivas (que en algunos casos sí existen). Para eso hay que elaborar y difundir, hay que construir sistemas de información, hay que profundizar en el conocimiento de los temas clave.
Pero construir visiones de futuro sirve sobre todo para decir en que nos estamos equivocando ahora o que está saliendo bien en función de los escenarios de largo alcance. Es decir, ver al futuro sirve para leer el presente, para impulsar iniciativas como la ciudad digital, las industrias culturales, el diseño constitucional de la Ciudad de México en su contenido social y económico, entre otras que está emprendiendo el CES-CDMX.
Como en el caso de tantos otros consejos, este tiene grandes problemas. El más complejo es el que se refiere a su funcionalidad, a su capacidad para atraer a quienes tienen algo que decir sobre la ciudad, para servir de conducto a la formulación de políticas. El diálogo social es una tarea que no fluye espontáneamente.
Otro reto es lograr que las propias autoridades escuchen bien lo que el CES-CDMX tiene que decirle, y luego que reorienten las políticas. Las urgencias de gobierno tienen un ritmo, y es otro el de la deliberación pública, el del diálogo social. Además, las estrategias definidas para el lapso 2013-2018 son un tanto rígidas, sin flexibilidad para adaptarse a las nuevas propuestas.
Hay otras dificultades, pero conviene destacar más las oportunidades. Una de ellas es el interés y la disposición que tienen tantas personas y organizaciones por debatir propuestas y canalizar opciones a las autoridades, por mejorar el ambiente deliberativo, por seguir insistiendo en soluciones a pesar de que no siempre las escuchan los funcionarios. Y esto es parte de la riqueza de la Ciudad de México, y del país entero: la capacidad y el ánimo por seguir aportando ideas e iniciativas.
En el CES-CDMX esperamos que lo que hacemos no sea una experiencia frustrante más, sino un empeño con resultados. La idea central es simple e igualmente formidable: queremos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que la Ciudad de México sea cada vez mejor: equitativa, sustentable, próspera, competitiva, diversa. Y creemos que se puede.