En sus orígenes, Estados Unidos fue un país incluyente. Para los emigrantes, era la tierra de la gran promesa. Para todos los que vivían con carencias de educación, salud, vivienda, empleo y seguridad social, la gran nación de Norteamérica era el punto nodal de la brújula, el arribo a un sueño donde cristalizaban todas las aspiraciones.

Pero con el tiempo y las políticas proteccionistas, aislacionistas, divisionistas y racistas de Donald Trump, ese sueño se fue diluyendo para dar paso a una pesadilla. Por eso los demócratas tratan de revivirlo.

Kamala Harris, propuesta como vicepresidenta por los demócratas, dijo en su discurso de aceptación del cargo: «Acepto, comprometida con los valores que mi madre me enseñó. Con la palabra que me enseña a guiarme por lo que creo y no por lo que veo. Y con una visión transmitida a través de generaciones de estadounidenses, una que Joe Biden comparte. Una visión de nuestra nación como una comunidad de amor, donde todos son bienvenidos, sin importar cómo nos vemos, de dónde venimos o a quién amamos. Un país en el que puede que no estemos de acuerdo en todos los detalles, pero en el que nos une la creencia fundamental de que cada ser humano tiene un valor infinito y es merecedor de compasión, dignidad y respeto.»

A diferencia de Trump, los demócratas ponen por delante los valores… y el respeto.