Cuando el panorama económico del mundo parece un túnel sin salida, en México se enciende una pequeña luz que ilumina a la gente hacia el final de la cueva. Son las remesas, esas inyecciones de recursos que los mexicanos que se encuentran del otro lado de la frontera envían a sus familias para ayudarlos a mantenerse. Las remesas se utilizan para comprar alimento, pagar a los médicos y enfermeras, construir otro cuarto para la casa, pagar las colegiaturas y cubrir padecimientos y defunciones.

Mientras casi todas las actividades productivas han sufrido un empinado descenso durante la pandemia, las remesas siguen creciendo.  En marzo alcanzaron un máximo histórico con más de 4 mil millones de dólares, con un crecimiento del 36% respecto al mismo mes de año pasado.

Para México, esas inyecciones de recursos son fundamentales. Un beneficio adicional para las familias más pobres de México es que con el fortalecimiento del dólar, las remesas incrementaron su valor. Y por otro lado para Estados Unidos esa fuerza de trabajo es decisiva, ya que representa el 22% de todos los trabajadores de la industria alimentaria. Sólo en el renglón de las empacadoras de carne, el trabajo indocumentado representa el 80% del total.

Eso renglón de a economía confirma la interdependencia de ambas naciones. Cierto, México no puede vivir sin Estados Unidos. Y a la inversa: Estados Unidos no puede vivir sin México.