Como es sabido, México se ha colocado como uno de los países más violentos del mundo. Al lado -y por encima- de los países en guerra. El número de homicidios y desaparecidos lo sitúa por abajo de Siria, pero encima de naciones desgarradas como Irak y Afganistán. La población está exasperada, y busca con denuedo las salidas para enfrentar y reducir la violencia. Por eso la policía de Morelia representa una alternativa para detener la criminalidad fortaleciendo a la institución encargada de combatirla.
Como suele suceder, los cambios favorables empiezan con los líderes y las cabezas de sector. En la ciudad capital michoacana, en una entidad surcada por los enfrentamientos entre grupos de narcotraficantes, la transformación de la policía se inició cuando llegó Bernardo León Olea, un profesor de literatura y escritor vuelto comandante. Este hombre inició el cambio multiplicando el número de policías, comprando nuevas patrullas y uniformes, elevando los salarios, capacitando a los policías en sus funciones y, sobre todo, incentivándolos para que se vinculen a la población. Ahora los policías -y las policías, sobre todo- están en contacto directo con los vecinos, les preguntan sobre los problemas del barrio, en ocasiones les ayudan a cuidar a sus niños, se mantienen en comunicación directa a través de WhatsApp.
Como resultado, en 2017, uno de los años más violentos en la República, en Morelia los homicidios disminuyeron en un 18%. Y a dos años de la gestión del jefe de la policía, la población ha dejado de pensar que los uniformados son parte del problema. Ahora se acercan a ellos, los consultan, les piden ayuda y les invitan unos tamales mañaneros.
Morelia se ha convertido en una isla a la mitad de un universo en guerra. Un remanso de tranquilidad rodeado de enfrentamientos entre las bandas rivales del crimen organizado. Ya nadie se acuerda del imperio de La Tuta, el feroz narcotraficante jefe de Los Caballeros Templarios, un hombre que asesinaba a las videntes del tarot si las cartas le predecían un giro de la mala fortuna. Pocos se acuerdan, porque la memoria es terca, que en las fiestas patrias de 2008 unos ataques con granadas de fragmentación hirieron a más de 130 personas y terminaron con la vida de 8 inocentes en pleno centro histórico.
Lo que falta y urge es la continuidad de los esfuerzos policíacos. No sería justo que con el cambio de gobierno municipal en puerta la policía de antes -con sus vicios y corruptelas- regresara por sus fueros.