El viernes santo es una celebración que sirve para exponer en diversas partes del mundo no solo la devoción y las creencias religiosas de los feligreses que recuerdan la pasión de Cristo, sino también el masoquismo, el sadismo, el morbo y el exhibicionismo que se disfrazan de profesiones de fe en diversos lugares del planeta.
En Filipinas, por ejemplo, un grupo de penitentes católicos celebró el Viernes Santo flagelando con látigos sus espaldas desnudas y ensangrentadas, como parte de los ritos de Semana Santa.
Numerosos hombres con los rostros cubiertos y los pies descalzos marcharon bajo el sol cerca de Manila -la capital-, flagelándose con látigos de bambú o cargando cruces de madera mientras eran golpeados por los soldados romanos, en una tradición que no siempre es bien vista por la Iglesia.
En México, en condiciones normales, cada año los barrios de la alcaldía de Iztapalapa reúnen a más de mil actores, 100 caballos, 115 clarines y fanfarrias, y aproximadamente 2.5 millones de asistentes que recorren las principales calles de la alcaldía.
En este 2022 las autoridades esperan la asistencia de 1.5 millones de personas para la representación del viacrucis, lo cual, según sus estimaciones, dejará una derrama económica de 100 millones de pesos.
El viernes santo siempre es una ocasión propicia para demostrar el fervor, el dolor, los embotellamientos automovilísticos y la posibilidad de vender medallas y representaciones religiosas.