Publica en The New York Times, pero escribe desde la cárcel. Desde hace tres años está recluido en la prisión de Tora, en Egipto, porque pertenece la organización de los Hermanos Musulmanes que apoyaron al presidente Mohamed Morsi. Se llama Gehad el-Haddad, y es el actual vocero oficial de la proscrita agrupación.
Mohamed Morsi ha sido el único presidente de Egipto que, sin ser militar, llegó al poder mediante las elecciones. El único, parece mentira. Su candidatura fue fruto de la llamada Primavera Árabe, que terminó por liquidar la dictadura de Hosni Mubarack y logró el ascenso de este ingeniero graduado en la Universidad de Northridge, California, que además es creyente de la democracia. Pero el experimento duró muy poco. Su presidencia duró apenas un año y dos días -del 30 de junio de 2012 al 3 de julio de 2013- hasta que otro miliar de viejo cuño, el General Abdel Fattah el-Sisi, decidió ponerle fin al ensayo democrático y regresar a la era sombría de los golpes de Estado y los gobiernos militares.
Ahora Gehad el-Haddad ha publicado una carta desde la prisión argumentando -en contra de otra declaración atolondrada de Donald Trump- que los Hermanos Musulmanes no es una agrupación terrorista. Dice que desde su fundación en 1928, la organización ha profesado la no violencia, el respeto a las demás religiones y sectas del Islam, y el cambio social a través de las reformas. Que los Hermanos Musulmanes han luchado siempre por la justicia social, y que su labor ha fructificado en bancos de alimentos para las comunidades pobres, clínicas gratuitas para los enfermos y apoyos académicos para los estudiantes sin recursos. «Atribuirnos acciones terroristas -afirma- equivale a decir que la violencia de Timothy McVeigh -que puso una bomba en un edificio público de Oklahoma en 1995- se debe al patriotismo.»
El-Haddad es, tal vez, la única semilla democrática en el mundo árabe, tan proclive al caudillismo y las dictaduras militares. Es probable que Donald Trump le conteste, como lo hizo con personalidades tan disímbolas como Meryl Streep, Arnold Schwarzenegger y John McCain. Más aún, si escarba en el pasado de este hombre y descubre que trabajó varios años para la Fundación de Bill Clinton.
Si. A juicio de la Casa Blanca, eso equivale a terrorismo.