Los virus, como todos los seres vivos, tienen sus ciclos de vida. En estos casos, dependen de su capacidad de propagación. Hay virus que han llegado al estancamiento en su capacidad de propagación. Algunos virus respiratorios, como el del sarampión, son más contagiosos que el actual SARS-CoV-2. Otros, como el de la gripe, no son tan contagiosos. Aunque no sabemos el momento en el que este virus alcanzará un estancamiento en sus niveles de trasmisión, terminará por hacerlo.
Al principio de la pandemia, pocas personas tenían inmunidad ante el SARS-CoV-2, pero ahora gran parte del mundo posee anticuerpos debido a la vacunación o a un contagio previo.
Por otro lado, existen variantes muy resistentes. La delta tiene poca capacidad de eludir los anticuerpos, pero la ómicron tiene muchas mutaciones que reducen la capacidad de los anticuerpos para reconocerla. Esto, unido a la alta capacidad de contagio de la ómicron, ha provocado una enorme ola de infecciones.
Hoy sabemos que la inmunidad reduce la gravedad de la enfermedad -aunque no impida del todo las infecciones y la propagación-, y que la inmunidad adquirida con la vacunación y los contagios previos ha ayudado a mitigar el impacto de la ola de la ómicron en muchos países. Las vacunas actualizadas o mejoradas y otras medidas que evitan la transmisión siguen siendo nuestras mejores estrategias para lidiar con un futuro evolutivo incierto.