La Cumbre de las Américas que se llevó a cabo en Panamá finalizó sin acuerdos. Hubo temas muy ríspidos, como el estatus de las islas Malvinas -llevado como bandera por la presidenta argentina-, las relaciones entre Estados Unidos, Cuba y Venezuela, y la legalización de las drogas. En ninguno de esos temas hubo acuerdos, pero más allá de las formalidades de la diplomacia el encuentro en sí mismo fue todo un logro.
En realidad, las reuniones de los Estados Americanos no han servido de nada en ninguna de sus facetas. Y la antigua guerra fría solo congelaba más las relaciones. Por eso lo sucedido en Panamá marca un hito de las relaciones del continente. En Estados Unidos gobierna el primer presidente negro de la Casa Blanca, y tal vez su medida más importante haya sido el desbloqueo de las relaciones con Cuba. En esta isla el líder sempiterno Fidel Castro está en retirada, viejo y enfermo, y la reapertura de relaciones con Estados Unidos ha llevado una nueva brisa de cambios en el país. En Venezuela, mientras tanto, gobierna un político excéntrico que busca capitalizar el antimperialismo para su causa, pero la realidad le ha impuesto cierta prudencia. Todo esto, metido en una Cumbre, podría desembocar en una serie de desacuerdos. No fue así, y el hecho de reunir a todos los presidentes es un logro del continente entero.