Siria representa el fracaso de las esperanzas abiertas con «la primavera árabe», y también la guerra civil más sangrienta del siglo. Mientras las tiranías vecinas del mundo árabe se desplomaron con las insurrecciones y revueltas de lo que parecía una democracia en ciernes en Túnez, Libia, Egipto y Yemen, en Siria el gobierno del dictador Bashar Al-Asad implementó una cerrada defensa de sus posiciones, tachando a la oposición de un puñado de grupos terroristas y lanzando ataques a la población con armas químicas. La guerra civil se extendió desde 2011 por todo el territorio, bombardeando ciudades, destruyendo refugios, incendiando barrios y multiplicando los enfrentamientos callejeros. La guerra dividió también al mundo árabe, ya que Arabia Saudita y Kuwait mostraron su apoyo a los rebeldes, mientras que Irán y Hezbolá lo hicieron con las fuerzas gubernamentales de Al-Asad.
Posteriormente surgieron nuevos grupos, a cual más de radicales y fundamentalistas. Uno de ellos es el Estado Islámico, que estableció su territorio en la frontera de Siria con Irak, y que se ha ido extendiendo en la medida en la que no encuentra rivales capaces de detener su crecimiento. En la actualidad, ha tomado ciudades arcaicas que representan tesoros para la humanidad -como las ruinas de la ciudad de Palmyra-, y en ellas ha demostrado que sus afanes de destrucción no tienen límites.
Recientemente ha cobrado fama un grupo llamado Ahrar Al Sham, que cuenta con cerca de 20 mil combatientes, y que se ha declarado enemigo jurado del Estado Islámico. Aunque en varias ocasiones ha buscado un acercamiento con las principales potencias occidentales -Estados Unidos y Reino Unido-, éstas se lo han negado por sus vínculos originales con Al Qaeda. Sin embargo, la toma de la ciudad de Idlib, en el noroeste del país, ha modificado la visión y la pertinencia de estableces alianzas con este grupo.
En Siria, como en el resto de los países árabes, es difícil apoyar a cualquier grupo. Ninguno es, como se piensa en Occidente, germen de la democracia. Más bien se trata de grupos fundamentalistas que compiten por tener la verdad absoluta, tanto en religión como en política. Como sucedió en Afganistán, los demócratas de hoy pueden volverse los Osama Bin-Laden del futuro. Es una lección inolvidable.