Agitado por el oleaje de la primavera árabe de 2011, Marruecos tuvo la ilusión de un profundo cambio democrático. El problema, como en el resto de las naciones árabes, es que la democracia se aplica como sistema electoral importado, pero sin partidos ni grupos democráticos. Por eso en Marruecos la disputa democrática es entre los islamistas del Partido Justicia y Desarrollo y los seguidores del rey agrupados en el Partido Autenticidad y Modernidad, fundado el la corte para detener la pujanza de los religiosos.
Para complicar el panorama, hay 27 partidos que se disputan los 395 escaños del parlamente, y existen más de 7 mil candidatos a los cargos. Además, el desempleo ha espoleado la incorporación de cientos de jóvenes al Estado Islámico, que amenaza con hacer estallar los procesos electorales y el sistema democrático en su conjunto.
Lo más probable es que gane democráticamente un partido que no sea democrático. Será monárquico, con una fidelidad perruna al rey, o religioso, apegado como todos los feligreses a los dictámenes del Corán.