«Por favor, no participen», fue el llamado de L.A. Unified, la más grande organización de escuelas de California, al escuchar que los estudiantes no asistirían a clases. «Tenemos foros adecuados para protestar», dijo Alma Pena-Sánchez -directora de la organización- preocupada por la interrupción de las clases. Sin nostalgia por el suceso, recordó que la semana después del ascenso de Donald Trump con sus promesas antimigrantes, se salieron miles de estudiantes fuera de sus clases para reunirse en Boyle Heights, Mariachi Plana y Lincoln Park, y de ahí marchar hacia el Palacio Municipal de la ciudad.
Las tres cuartas partes del estudiantado de la organización está conformado por latinos, de origen mexicano en su mayoría.
El movimiento de «Un día sin migrantes», inspirado en la película «Un día sin mexicanos», llamó tanto a los naturalizados como a los indocumentados a quedarse en casa y no asistir a las escuelas, las empresas, los comercios y restaurantes. Los primeros resultados no se hicieron esperar. En Washington, cerraron las cadenas S´barro´s Starbucks y Taco Bell, porque sus trabajadores son básicamente hispanos. En Chicago, la cadena de comida rápida Frontera Grill hizo lo mismo. En Austin, la capital de Texas, los autobuses escolares se vieron vacíos. En Brooklyn, las taquerías cerraron, y las bibliotecas se abarrotaron con estudiantes que no fueron a las escuelas. En Nueva Jersey, los miembros de la mezquita no fueron a trabajar en solidaridad con los mexicanos. Decenas de ciudades a lo largo y lo ancho de territorio norteamericano se quedaron sin plomeros ni carpinteros.
Si el movimiento se extiende a los demás enemigos de Trump -árabes, judíos, chinos y negros- bastarían 24 horas de protesta para paralizar al país entero.