Luiz Ignacio Lula da Silva, el presidente más popular de la historia reciente de Brasil, ha sido sentenciado con nueve años y seis meses de prisión, acusado de corrupción y lavado de dinero. Como noticia, eso parece una bomba atómica. Lula -como se le conoce en todo el mundo-, fue el presidente más perseverante para lograr sus objetivos, uno de los cuales fue sacar de la miseria a millones de brasileños durante su gestión. Nacido en una de las regiones más pobres del noreste brasileño, fundó el Partido de los Trabajadores, y después de perder la presidencia en tres elecciones consecutivas la ganó para gobernar al país más grande de América Latina desde 2003 hasta 2010. En esos años, impulsó la economía invirtiendo grandes cantidades de recursos, puso en marcha un ambicioso programa para acabar con el hambre en Brasil, vinculó la asistencia social a la obligatoriedad de la educación y cumplió con todos los requisitos del Fondo Monetario Internacional para reducir la inflación y controlar el gasto público. En ese sentido, satisfizo las demandas de los polos opuestos del abanico político de su país.
Terminado su mandato, su perseverancia lo llevó a luchar y vencer un cáncer de garganta producto del hábito de fumar 40 cigarros al día, y a tratar de mantener sus políticas mediante la gestión de la nueva presidenta -quien fuera su jefa de gabinete-, Dilma Rousseff. Lula venció al cáncer, pero su sucesora fue depuesta por una maniobra judicial que la acusó de maquillar las cuentas públicas de su gobierno.
A partir de ese momento, Lula se propuso volver a la presidencia. Inició nuevamente una campaña desde su tierra original, con el apoyo de los trabajadores que le llevaron al poder. Y así, en los últimos meses, se puso al frente de las preferencias electorales. Hasta que le llegó este nuevo golpe.
El juez Sergio Moro lo acusa ahora de formar parte de una maniobra de corrupción para repartir dinero entre ejecutivos y políticos a cambio de contratos inflados. En el centro de la acusación se encuentra una constructora llamada OAS, que supuestamente benefició al expresidente con un departamento en un lujoso condominio.
Ayer el juez Moro mandó a Lula a la lona. Pero la pelea no va a terminar ahí. Brasil se ha caracterizado, en los últimos años, por utilizar a la justicia como una herramienta política y electoral muy poderosa. Cualquier funcionario, por simple adversidad política, puede terminar en la cárcel. Y el contexto lo explica todo. Lula ha sido sentenciado a casi una década de cárcel. ¿Y las elecciones? Ahora el juez Sergio Moro figura como el candidato puntero. Así de simple.