Lo que queda del día es una novela excepcional. La vida de un hombre aparentemente anodino -el mayordomo Stevens-, cuya vida se encuentra suspendida en el tiempo porque la mansión a la que ha dedicado su vida cambia de dueño. El anterior propietario era un remanente del antiguo imperio británico, un aristócrata cuya nobleza lo lleva a defender a los alemanes derrotados en la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, a los nazis. El nuevo dueño es un norteamericano alejado de las viejas costrumbres aristocráticas, un hombre que hace gala de un igualitarismo incómodo hacia la servidumbre, y dueño de una ironía incomprensible para la flema inglesa.
Más allá de una trama lineal y predecible, lo que late entre las líneas de la novela es ese espíritu acartonado que somete a los ingleses para seguir bizarramente, a lo largo de su existencia, los convencionalismos sociales. Stevens fue siempre un mayordomo ejemplar. Impertérrito, inamovible, rígido hasta el extremo, puso al orden de la casa por encima de cualquier otro asunto. Enamorado inconscientemente de la Señorita Kenton -el ama de llaves de la mansión-, Stevenson es un ser imposibilitado para demostrar no digamos amor, sino la menor empatía hacia sus semejantes. La muerte de su padre es un suceso que pasa a segundo plano ante los deberes de su oficio, y cuando descubre que se ha engañado poniendo sus burdas obligaciones por encima de sus sentimientos, ideas y necesidades, su reacción es buscar la manera de engañarse nuevamente.
Lo que queda del día fue llevada a la pantalla de cine por Mike Nichols, e interpretada de manera espléndida por Anthony Hopkins y Emma Thompson. La cinta basó el guión en el texto de Kazuo Ishiguro, el autor de la novela.
Ayer, muy temprano, le dieron a Ishiguro el Premio Nobel de Literatura.
Solo un japonés que creció en el Reino Unido pudo haber escrito una novela tan corrosiva sobre el espíritu conservador británico. Solo un japonés -como en su momento lo hizo el cineasta Nagisa Oshima con la cinta Merry Christmas, Mister Lawrence- puede criticar los atavismos de su propia cultura al presentar otra que no resulta tan distinta.
Japón y el Reino Unido: los extremos culturales de oriente y occidente se hacen guiños.