«La Franja de Gaza está al borde de la guerra», declaró hace unos días Nickolay Mladenov, el enviado de las Naciones Unidas para vigilar una de las regiones más explosivas del mundo. Seguramente tiene razón, descontando el hecho de que la Franja de Gaza ha sido una zona de guerra desde que las propias Naciones Unidas decidieron establecer el Estado de Israel en esa zona justo a la mitad del siglo pasado. Ahora la mecha se ha encendido -nuevamente- con las afirmaciones de Donald Trump declarando a Jerusalén como la capital exclusiva de Israel, y por las escaramuzas del beligerante gobierno de Hamas en Gaza y las respuestas desproporcionadas del gobierno y el ejército de Israel.
La semana pasada, una decena de cohetes de fabricación iraní fueron lanzados desde la Franja de Gaza hacia el territorio de Israel. La mayoría cayó en campo abierto, y solo uno impactó en las inmediaciones de la ciudad hebrea de Sderot. Como respuesta, el ejército israelí lanzó ataques a 65 sitios diferentes en la Franja de Gaza. El desequilibrio de fuerzas siempre favorece a Israel. La cantidad de muertos también. En los dos últimos meses, más de 120 palestinos han perdido la vida por los disparos de francotiradores militares contra la manifestaciones.
Ambas partes muestran sus colmillos. «Lo que la resistencia ha hecho es la respuesta al asesinato de nuestros militantes en el sur y en la frontera. La ocupación será responsable de una futura escalada», dijo el vocero de Hamas. Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, prometió mano dura contra quienes pongan en riesgo la seguridad de los israelíes. «Israel hará pagar un alto precio con gran potencia militar a todo aquel que trate de hacerle daño», advirtió.
Como se sabe, la Franja de Gaza no puede considerarse una nación. Su extensión es un poco mayor que la Delegación Tlalpan de la Ciudad de México, y en ese reducido espacio viven casi 2 millones de habitantes. Los refugiados palestinos desplazados por Israel. El gobierno judío, con la ayuda de Egipto, controla sus fronteras, el suministro de electricidad, agua y alimentos. El territorio está cercado. Nadie sale ni entra, si no es con el permiso de Israel. Se trata de un gigantesco campo de concentración, orgullo de nadie, vergüenza de la humanidad.