En el mundo entero, la bebida mexicana por excelencia es el tequila. Hasta hace unas décadas, el tequila era desconocido en los restaurantes, bares y pubs de las grandes capitales, pero hoy en día se consume a precios muy elevados en Nueva York, Atlanta, Londres, Dubai, Singapur, Shanghai, París, Viena, Amsterdam y Tokio. Lo que se inició como un ensayo para probar la fuerza del agave de Jalisco en los paladares de otros países y continentes, se transformó en una industria de exportación que tiene ventas superiores a los 1,200 millones de dólares anuales, y que proporciona empleo a un nutrido contingente de trabajadores. Solo en Jalisco existen 80 mil familias que viven de su producción y ventas. El mundo se ha inundado con la bebida. Según el Consejo Regulador del Tequila existen 1,407 marcas diferentes de tequila que se venden en México y el extranjero.
Si bien el tequila se dio a conocer como una bebida que corría básicamente por las gargantas masculinas, en los últimos años no solo se ha convertido en el alcohol preferido de muchas mujeres en los cinco continentes, sino que su elaboración se ha vuelto también una labor y una forma de vida de las trabajadoras de Jalisco. Una empresaria llamada Melly Barajas se dejó seducir por el olor de los tanques y barricas del tequila, y cambió sus actividades de venta de ropa por la fabricación del tequila.
En 1999, Melly abrió su propia destilería, llamada Raza Azteca, en Jalisco. En aquel entonces, solo 8 de los 79 productores de tequila eran mujeres. “Ser una mujer en esta industria es un trabajo cuesta arriba”, dice Barajas. “Es un ámbito de puros hombres. Cuando empecé, la gente me decía: ‘¿Una mujer en esta industria? No lo vas a lograr’. Pero esos comentarios no me detuvieron”.
“Cuando empecé la empresa, abrí vacantes que eran para hombres y mujeres”, dice la empresaria. “Pero aquí en los pueblos hay más mujeres que hombres, porque muchos se van a buscar oportunidades de trabajo en Estados Unidos”. De tal forma las mujeres llenaron todas las vacantes, incluyendo aquellas que tradicionalmente ocupaban los hombres.
“Desde las que se encuentran en los campos del agave, hasta las que cuecen y procesan la fermentación, todas son mujeres”, afirma Barajas. “Hay partes de trabajo verdaderamente pesado, como cortar el agave. La mayoría de los hombres lo puede hacer más rápido, pero no es algo que las mujeres no puedan hacer; solo se necesita un poco más de tiempo”.
Hoy Melly produce un tequila enraizado fuertemente en las tradiciones de su tierra. En lugar de máquinas industriales, su destilería usa hornos de adobe construidos con la tierra donde se planta el agave azul. Esto extiende el proceso de cocción de ocho a veinticuatro horas, con otras veinticuatro horas de reposo. Por lo general, el siguiente paso, la fermentación, se acelera con aditivos y dura de uno a dos días, pero Barajas Cárdenas permite que el añejado ocurra naturalmente, lo cual requiere casi una semana. Pero ese procedimiento no ha disminuído ni la producción ni las ventas. En sus inicios, el negocio lograba producir 300 litros al mes. Ahora, su destilería elabora esa cantidad diariamente. «Nosotras producimos el tequila que bebían nuestros abuelos», dice Melly, y sonríe rodada de sus trabajadoras.