El pasado 17 de octubre, Canadá saltó a la vitrina comercial de la mariguana en el interior del país y en los mercados del mundo. Se convirtió en el primer país desarrollado en legalizar la producción, venta y consumo recreativo de la yerba, y en el segundo país del orbe en hacerlo, después de que Uruguay la legalizó en 2013. A partir de ese momento, el nuevo producto se multiplicó en tiendas de autoservicio, y un nuevo sector de la economía entró en efervescencia. En unos cuantos días, entraron en operación 130 centros de producción de mariguana autorizados por el gobierno. El nuevo mercado empezó a mover cerca de 5,600 millones de dólares canadienses, y las empresas productoras empezaron a cotizar en las bolsas de Toronto y Canadá. Era la felicidad completa.
Pero siempre hay un indeseado en toda fiesta. Cinco días después del anuncio festivo, el 23 de octubre, el gobierno de Corea del Sur declaró que los ciudadanos coreanos que llegasen a fumar mariguana serían sancionados al regresar a su país, porque esa actividad esta prohibida en su tierra. No importa que la realicen a miles de kilómetros de distancia. Conforme a la ley de narcóticos del país asiático, el cultivo, la posesión, la transportación o el consumo de marihuana es un crimen que se castiga con hasta cinco años de prisión o una multa de hasta 50 millones de wones (alrededor de 44.000 dólares).
Corea del Sur ha sido un país muy enérgico para hacer cumplir las regulaciones antidrogas. La policía reportó 8,887 casos de crímenes relacionados con narcóticos el año pasado, lo que representa un aumento en comparación con los 5,699 casos de 2014. Las autoridades detuvieron a 1,044 personas por cargos relacionados con la marihuana en 2017, lo cual fue un incremento del 49 por ciento en comparación con 2014.
En Canadá se encuentran 23 mil estudiantes sudcoreanos, que constituyen una presa fácil para el nuevo mercado. Sin embargo, ante la posibilidad de enfrentar la cárcel por fumar mariguana, tal vez muchos se abstengan, o se queden en Canadá.