Instagram nació como una red íntima y familiar, dedicada a publicar las fotos más tiernas de las nuevas familias, las primeras imágenes de los bebés, las mascotas consentidas, los paseos en carriolas y los primeros pasos de los niños. Creada por su hermana mayor Facebook, Instagram pasó rápidamente a ser un magnífico instrumento de promoción de músicos y cantantes, y las celebridades del momento la tomaron como una plataforma de apoyo para multiplicar a sus seguidores.
Lo que muy pocos previeron, -y ese hecho mantiene azorada a la comunidad de Instagram-, es que la red se convirtiera en un combustible para incendiar las cabezas y llenar de odio los corazones de los usuarios. Basta tomar como ejemplo lo que sucedió con el asesinato de fieles en la sinagoga de Pittsburgh la semana pasada. Después de la masacre, en Instagram empezaron a fluir mensajes de odio antisemita, imágenes y videos que increpaban a la población a continuar con la matanza de judíos. Uno de los hashtags más famosos en ese momento, titulado #jewsdid911 (los judíos hicieron el atentado del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas), tuvo de inmediato 11,696 seguidores, y muchos otros sitios de la misma red se convirtieron en atizadores del odio contra los judíos. Algunos mostraban con admiración el escudo de la cruz gamada.
No es la primera vez que eso sucede, y seguramente no será la última. Los mensajes del odio no están regulados en las redes sociales. En los dos últimos ejemplos de masacres y amenazas de bombas en Estados Unidos, los victimarios abrevaron sus mortíferos sentimientos de las redes sociales. Cesar Sayoc Jr., el cerebro que ideó el envío de sobres explosivos a prominentes demócratas, fue un hombre que se fue radicalizando con mensajes de furia y venganza en Twitter y Facebook. Y Robert D. Bowers, el personaje que ingresó en la sinagoga para liquidar a los devotos que se encontraban rezando en ella, era un miembro asiduo de un sitio llamado Gab, que animaba a sus seguidores a dar rienda suelta a su racismo y antisemitismo. En ese sitio, Bowers puso una clara advertencia de lo que se proponía. Y al ingresar a la sinagoga lo hizo gritando «¡Todos los judíos deben morir!»
Los mensajes de odio no se difunden exclusivamente en Estados Unidos. En Brasil la campaña de Jair Bolsonaro se montó en ellos, y en Myanmar el ejército los utiliza para denigrar a la secta musulmana Rohingya, que hoy en día son definidos como los apestados de la Tierra.
Nadie puede contra el odio que se riega como pólvora en las redes sociales. Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts señala que los mensajes de twitter que son falsos -y que increpan a la población contra determinados grupos- tienen una probabilidad 70% mayor de ser reenviados que las noticias verdaderas. YouTube afirma que en los últimos meses se han subido a su plataforma cerca de 10 millones de videos que juzga inapropiados -porque difunden mensajes pornográficos o violentos-, y Facebook declaró que piensa contratar a 10,000 analistas más para garantizar la seguridad de los usuarios.
Las redes sociales empezaron como un juego. Luego se convirtieron en el látigo de los medios tradicionales, y actualmente han salido de control difundiendo mensajes de odio. El genio se ha salido de la botella, y ya nadie sabe cómo devolverlo al país de la nada.