Con la muerte de Amos Oz se cierra un capítulo feroz y resbaladizo de la vida de Israel y del mundo. Fue una etapa de lucha por la comprensión de los otros, la coexistencia de las religiones, la prioridad de los valores humanos, la apertura hacia lo que parece opuesto, la negociación pacífica de los asuntos.
La vida de Amos Oz, como parte de dicho capítulo, fue narrada magistralmente por él mismo. En Una historia de amor y oscuridad relata los pasos inciertos de su niñez en Jerusalem, el surgimiento amenazador del Estado de Israel, su profunda tragedia familiar, el deseo de madurar a pesar de las tinieblas del mundo, su incorporación a los trabajos comunitarios de un kibbutz en el centro del país. Fascinada por la historia, la actriz Natalie Portman llevó el libro al cine, y en la cinta protagonizó el difícil papel de su madre.
Al igual que un reducido puñado de escritores, Amos Oz era dueño de una poderosa narrativa que amalgamaba con maestría a la prosa con la poesía. En Tocar el agua, tocar el viento, una historia de amor de una pareja separada por la guerra se convierte en una pieza musical, un flujo de minerales filosofales, un torrente de luz. En sus páginas hay hombres que emprenden el vuelo hacia los bosques de un simple salto, muertes que se evitan con el teclado de un piano, fidelidades inalterables a pesar de los encuentros furtivos.
En su último libro, llamado Judas, Amos Oz hizo un diáfano elogio de la traición. “Escribí esta novela porque me han llamado muchas veces traidor -dijo en una entrevista con el diario El País de España-; la primera vez a los ocho años, por hablar con un sargento inglés durante la ocupación británica de nuestro pueblo. La última en 2014, cuando critiqué la actuación israelí en la guerra de Gaza”.
La muerte de Amos Oz es la pérdida de un heraldo de los valores de la humanidad en una época de canallas.