Mientras en el mundo las ideologías xenófobas, fanáticas y racistas se imponen para cerrar las puertas a los extranjeros y combatir las religiones ajenas, el Papa Francisco parece ser el único dignatario del orbe que busca tender puentes entre las culturas diferentes. Aún entre las que estuvieron distanciadas históricamente. Como la iglesia católica y el Islam.
El Papa llegó a Abu Dhabi, la capital de Emiratos Árabes Unidos en la Península Arábiga, la tierra donde nació el Islam. Su llegada causó un gran revuelo entre la cúpula gobernante de los Emiratos, que se consideran la avanzada de la tolerancia de la religión de Mahoma hacia otras creencias. En su gira está planeada una reunión de encuentro con el Consejo Musulmán de Ancianos, un diálogo entre distintas religiones para promover la fraternidad humana por encima de todas las creencias, un discurso del Papa ante 700 imanes de las distintas corrientes del Islam y una misa en el estadio de Sayed Sport City, ante más de 130 mil personas.
El objetivo de estos encuentros es acabar con la violencia religiosa y desactivar el extremismo, promover la colaboración entre las religiones a favor de la paz, y dar ejemplos positivos para poner fin a la discriminación contra cristianos y judíos en algunos países de mayoría musulmana.
Todas estas son palabras que suenan musicalmente. Pero en Yemen, el país vecino, continúa una guerra religiosa promovida por Irán -país gobernado por la fracción chiita del Islam- contra Arabia Saudita -gobernado por la secta suni. Más de 6 mil ciudadanos, entre ellos muchos niños, han muerto por los estallidos de los constantes bombardeos saudíes.
El Papa es el enviado del mensaje de la paz. Pero no es mucho lo que puede hacer ante la sordera de los fanatismos religiosos.