El secretario de la Defensa, el General Crescencio Sandoval, anunció un programa de destrucción de armas que fueron decomisadas por el ejército al crimen organizado. Es un acto insólito para un ejército. Y en términos generales, un acto incomprensible en un mundo que ha hecho de la violencia un terreno fértil para la multiplicación de los negocios y las ganancias.
Si una arma sirve, es decir, si dispara, da en el blanco y mata o hiere a la persona, el arma cumple sus funciones, y por lo tanto tiene un valor en el mercado. Por eso, y a pesar de que la tecnología armamentista ha puesto en manos de los ejércitos, del crimen organizado, de los terroristas, de los ladrones y de los simples ciudadanos enormes arsenales con armas de todo calibre, la destrucción de armas que sirven es un sinsentido para su valor de uso. Sería un acto equivalente, salvando la distancia de los siglos, la destrucción de lanzas y espadas.
El negocio de la venta de armas ilegales, provenientes en su mayoría de Estados Unidos, asciende a más de 200 mil armas cada año. Es un atentado contra la seguridad del país, pero también un negocio muy redituable para las empresas fabricantes de armamentos.
Por eso la destrucción de armas por parte de México es un acto que no representa ningún avance en términos de lucha contra el crimen organizado, pero es un acto simbólico de un gobierno y una nación que aspiran a la paz.