Detrás de Joe Biden y Donald Trump existen dos naciones. La ganadora, por fortuna para el mundo, fue la de los demócratas. Una nación abierta, que busca extender en su interior y alrededor del orbe los valores más reconocidos por la civilización occidental: la libertad, la igualdad, la fraternidad y la justicia.
La nación derrotada fue la que se conoce como el imperialismo que avasalla a las naciones pobres, la que se encuentra en pie de guerra contra todas las ideologías diferentes a la propia, la saqueadora de recursos naturales, la que impone gobiernos a la fuerza, la que ha respaldado a las dictaduras militares en los cinco continentes.
Basta observar por un momento las reacciones de los que fueron candidatos presidenciales ante la derrota y la victoria. Donald Trump y sus seguidores contemplan su derrota como si fuera el fin del mundo: sostienen que hubo fraude para obtener los resultados de la elección, y amenazan con dejar el país porque se ha convertido en una nación donde la vida ha llegado a ser insoportable. Biden y sus seguidores se han propuesto sanar las heridas dejadas por la contienda electoral. Sus llamados a la unidad tienen una resonancia en todos los rincones de la nación.
Lo que se avecina es un proceso nada fácil, pero es la promesa de una nación mucho mejor que la que dejó Trump en sus cuatro años de mandato.