La Casa Blanca ha estado siempre bajo el fuego amigo o enemigo de la prensa. Desde el sonado caso de Watergate, que regó de pólvora a Washington en los años que van de 1972 a 1974, las actividades del presidente de la nación más poderosa del orbe han estado bajo el inclemente escrutinio de la prensa, y cada huésped de la Casa Blanca sabe muy bien que en el interior de su hogar habitan los llamados soplones, y que su destino puede definirse por el desarrollo o el silencio de los escándalos. Para eso está el recuerdo de la renuncia de Richard Nixon, que subió al helicóptero que lo llevó al destierro en San Clemente, California, haciendo para todo el público que lo fue a despedir la V de la victoria.
Lo que sucede ahora es muy diferente, pero las revelaciones de un soplón anónimo en el interior de la Casa Blanca señalan que Donald Trump entró en comunicación el pasado mes de julio con el nuevo presidente de Ukrania -Volodymyr Zelensky- y que lo conminó a unirse a la lucha contra la corrupción en el interior de Estados Unidos. ¿Y cómo hacer eso? Muy fácil: investigando las actividades supuestamente corruptas del hijo de Joe Biden, el antiguo vicepresidente del gobierno de Barack Obama, quien ahora es uno de los precandidatos para arrebatarle a Trump la presidencia por parte del Partido Demócrata.
El tema podría considerarse traición a la patria, pero eso es lo de menos. La historia universal está llena de esos desplantes. El hecho de que un presidente pida ayuda a un dignatario de un país extranjero es un fenómeno que se ha repetido invariablemente. Ejemplos hay muchos. Pero el hecho de que un presidente de Estados Unidos pida el apoyo de un país que formó parte del imperio soviético en el pasado es un detalle que llama la atención de todo el mundo. Ante el probable nacimiento de un nuevo escándalo, Trump se apresuró a señalar que todo lo que hace y dice lo hace poniendo sobre todas las cosas el interés de Estados Unidos. Eso lo mencionó en su twitter, su lanza más filosa contra todos sus críticos.
Lo que dice Trump, a su juicio, es lógico. Porque en su cosmogonía del poder, los intereses de Donald Trump son los intereses de Estados Unidos. Aunque sea pisoteando la Constitución y los principio básicos del Derecho Internacional.