Aunque el resto del mundo lo repruebe, Japón sigue cazando ballenas. El consumo de su carne ha disminuido notablemente, pero el gobierno sostiene que la caza de ballenas forma parte de la cultura japonesa milenaria, y está muy lejos de prohibirla.
La caza de ballenas está también muy en boga en las costas de Noruega, Islandia y Canadá, pero la cantidad de cetáceos que encuentran la muerte en los barcos japoneses ha alarmado a las organizaciones ambientalistas, Greenpeace entre ellas.
La caza de ballenas se amplió hacia la Antártida en los años treintas del siglo pasado, y se extendió notablemente después de la Segunda Guerra Mundial. En los años sesentas, la única carne que se consumía en Japón era la carne de ballena. En 1964, año histórico de la matanza de ballenas, Japón liquidó un número alarmante de 24 mil ballenas en tan solo 12 meses.
En la actualidad, la carne de ballena es un atractivo turístico en la zona roja llamada Kabukicho en Tokio, donde los visitantes más audaces pueden paladear las vísceras del cetáceo. Sin embargo, la población puede prescindir del consumo de ballena sin problema.
Pero la caza de ballenas no desaparece. Es la boya que mantiene a flote a un ejército de diputados de las franjas costeras, así como a una enorme burocracia que vive del presupuesto para investigar y cazar a las ballenas.