Lionel Messi es un astro en la cancha, un genio, un dios, también un ser humano. Quizá alguno de sus muchísimos compatriotas psicoanalistas podrá develarle la causa profunda por la que, sencillamente, no puede ganar los juegos decisivos con su selección. Lo único que le falta y le faltará, si cumple con su declaración tras la derrota, en la copa América, frente a Chile: “Ya está, se terminó para mí la selección”.
Algún argentino dijo que Lionel Messi juega fútbol como un niño. Literalmente se divierte, se arriesga, crea. Borda encaje fino cuando pasa, pequeñito, entre tres defensas enemigos; parece un reloj de precisión cuando levanta la cabeza, mira el campo, y envía un pase perfecto de gol; deleita cuando en los tiros directos convierte el balón en una esfera mágica cuya trayectoria sube y baja justo para anotar en el ángulo correcto de la portería.
Ya se encargarán los numerólogos de entregarnos las cuentas de los goles que metió en la Copa América 2016, por los que superó, la marca de su coterráneo Batistuta; los pases de gol que entregó a sus compañeros de equipo y los balones por los que peleó y ganó dentro de la cancha hasta llegar a una nueva final.
Después de fallar un penal decisivo, Lionel Messi lloró como un niño. Es un astro en la cancha, un genio, un dios, también un ser humano.