El espíritu olímpico del orbe, que hermana a la humanidad en su diversidad de razas, himnos y banderas, es un soplo de esperanza en estos tiempos de amenazas bélicas. En la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en la gélida ciudad de Pyeongchang, cerca de la frontera entre las dos Coreas, los contingentes de Corea del Norte y Corea del Sur marcharon juntos, detrás de una misma bandera.
La carga simbólica del evento llenó los medios de comunicación del mundo entero. El mensaje fue un llamado a la paz. A la unificación de dos países enemigos, separados por la historia y las ideologías. Un muro de contención a los discursos incendiarios y las jactancias bélicas de los líderes. Algo que puede ser el inicio de un cambio profundo, el fin del último rescoldo de la guerra fría. El deshielo de la relación entre los dos países puede iniciarse con estos Juegos Olímpicos de Invierno.
Nadie lo había imaginado. Corea del Norte envió una delegación de 22 atletas y un conjunto de artistas para el evento. Y la joven Kim Yo-jong, hermana menor del líder del Partido Comunista Kim Jong-un, estuvo sentada en la ceremonia de inauguración muy cerca de Mike Pence, Vicepresidente de Estados Unidos, quien encabezó la delegación norteamericana.
No es la primera vez que las dos Coreas marchan juntas en Juegos Olímpicos. Lo hicieron previamente en Sydney, Australia, en 2000; en Atenas en 2004 y en Torino, Italia, en 2006. Pero en las olimpíadas de Seul, en 1988, Corea del Norte no participó después de organizar un ataque terrorista que hizo estallar un vuelo de South Corea Airlines 10 meses antes de los Juegos Olímpicos.
Ahora todo parece haber cambiado. El acercamiento representa una victoria para Moon Jae-in, presidente de Corea del Sur, quien desde su arribo al poder ha señalado que las dos Coreas tienen que resolver sus conflictos sin interferencias externas; es además una prueba de las habilidades de Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte que supo aprovechar la oportunidad de desactivar un conflicto internacional que no le convenía, y es un fracaso de Donald Trump -uno más-, quien predijo que las amenazas de Pyongyang terminarían en un holocausto de sangre y fuego.
Una puerta para la paz se ha abierto. Enhorabuena para el resto de la humanidad.
(Fotografía de The New York Times)