Para los viticultores de Alsacia, esa región privilegiada de Francia en la que se cultivan las mejores marcas de vino blanco del país, la guerra comercial desatada por Donald Trump y la crisis del coronavirus han sido mortales.
Con una producción anual que despuntaba como una de las mejores de los últimos años, los productores de vino blanco han tenido que vender su producto al mayoreo, en grandes cantidades, para convertirlo en alcohol y gel antibacterial. Así, en lugar de ponerlo orgullosamente en las mesas de los mejores restaurantes del mundo, enfrentan la visión triste y crepuscular de ayudar a cargar los camiones cisterna que llegan para deshacerse de un producto que ha sido clasificado como uno de los mejores del orbe, y que terminará como desinfectante de manos.
Muchos de ellos, simplemente, no lo pueden soportar. No hablan de ello. Con la cabeza abajo, murmuran del tema entre dientes, como si hubieran perdido la guerra. Y el gobierno francés los ha apoyado. Les ha comprado 6 millones de litros de vino a un precio que juzgan irrisorio, menos de un dólar por litro. Pero algo es algo. Con las bodegas llenas, sin dinero en la bolsa y con la urgencia de liberar espacios para las nuevas cantidades que llegan, los dueños de los viñedos y destilerías saben que las vicisitudes del mercado, la salud y la política les han jugado una mala partida.
En la fotografía: Marion Bores, viticultora de Alsacia.