Dilma Rousseff, la primera presidenta de Brasil en su historia, es una verdadera guerrera. El mundo entero se le ha caído, pero ha decidido llevar su gobierno hasta el fin. En el Congreso hay muchas fuerzas que buscan su destitución para que salga de la presidencia humillada, pero ella resiste con las pocas fuerzas que le quedan.
Hace apenas un lustro, Brasil era una potencia que aspiraba a colarse entre las seis naciones más poderosas del mundo. Ahora, en los últimos años, su economía se ha encogido un 8%, y el desempleo ha crecido en casi todos los sectores.
La corrupción de Petrobras, el gigante petrolero del Estado, ha arrastrado a muchos políticos del primer círculo de la presidenta. El tesorero del Partido del Trabajo -el partido de la presidenta-, Joao Vaccali Neto, ha sido sentenciado a 15 años de prisión.
Por si todo eso fuera poco, el Zica se convirtió en una epidemia en el país, y los Juegos Olímpicos que se avecinan toman al país sin la infraestructura necesaria para llevarlos a buen término.
Cualquier otra mujer hubiera renunciado. El grado de aprobación de la presidenta es apenas del 11%. Casi el 90% del país está en su contra.
Pero Dilma ha sido una guerrillera. Ha soportado cárcel, persecución y tortura. Puede soportar cualquier cosa.