El Ángel de la Independencia es el mejor testigo de lo que puede hacer el agua en la capital de la República. La ciudad se hunde, y al pie de su columna se ensancha un prado que refleja la extensión del hundimiento. El Paseo de la Reforma se viene abajo, la ciudad entera baja de nivel, pero el Ángel se yergue con la misma altura que tenía cuando lo inauguró Porfirio Díaz. Es una garantía de que, en estos días de confusión y turbulencia, solo nos queda la libertad.
Nuestro Ángel de la Independencia ha visto, también, cómo los automóviles que se arrastran a sus pies naufragan con los aguaceros que devuelven a las avenidas a la época de las chinampas. La semana pasada se inundó el Metro, el Circuito Interior se convirtió en un río acaudalado y millones de trabajadores y oficinistas llegaron empapados a sus casas. El dios Tláloc sacó su látigo, y la ciudad fue flagelada durante horas.
La catástrofe del agua tiene una larga historia, por supuesto, pero el moderno cambio climático la impulsa hasta sus límites. En el pasado, los aztecas idearon un sistema para vivir en armonía con sus lagos y canales. Pero llegaron los españoles y le hicieron la guerra al agua. Convirtieron los canales en avenidas, secaron los lagos, acabaron con los bosques e iniciaron un progreso hacia los extremos. La ciudad se inundaba y se quedaba sin agua todo el tiempo.
En la actualidad, la Ciudad de México importa del Sistema Cutzamala casi la mitad del agua que consume. Sus acuíferos están agotados. Y la salida de las aguas negras manifiesta un creciente deterioro. En muchas zonas, las inundaciones se vuelven un infierno. Y todo esto se agudiza con el cambio climático y la desigualdad social. El cambio climático no solo afecta, como lo reconocen los científicos, a las zonas costeras. Es un fenómeno que arrasó a la ciudad de Nueva Orleáns por falta de previsión e ignorancia, y lo mismo puede suceder en la Ciudad de México, aunque se encuentre en la mitad del territorio y a gran altura sobre el nivel del mar. Si deja de llover en el surtidor principal de agua de la ciudad, la falta de agua puede estallar en nuevos y peores brotes de violencia.
Hace unos meses, los enviados de The New York Times elaboraron un reportaje que ponía el dedo en la llaga más dolorosa: la desigualdad social de la ciudad reflejada en el agua. Mientras en Iztapalapa una familia gasta buena parte de sus pobres ingresos en el agua de las pipas, en Santa Fe las familias gastan mucho menos en el agua que desperdician. El consumo en Iztapalapa era de 10 galones diarios. En Santa Fe, 100 galones cada día. Un sinsentido y un horror.
Varios grupos de científicos han propuesto soluciones viables a la escasez y la abundancia de agua en la Ciudad de México. Por una parte, utilizar el agua de lluvia, que cae a cántaros durante la temporada. Y por otra parte, extender el reciclamiento del agua. Ya no depender de las pipas, ni del Sistema Cutzamala.
Hay salidas, pero falta voluntad y manos a la obra. Un ejemplo está en la avenida Altavista, donde hay un edificio de la Secretaría de Educación Pública que vive exclusivamente del agua de lluvia. Nada se importa del exterior. Nada se tira a las cañerías. Toda el agua se recicla. Hay que ver para creer.