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El arma es mi derecho

Hace unos días sucedió otra matanza en una escuela de Estados Unidos. Ahora en Santa Fe, Texas, 10 estudiantes muertos. Un adolescente desequilibrado dispuesto a una masacre y el suicidio. La historia se repite: amenazas descaradas en Facebook, audiciones de rock con fines letales, playeras con la leyenda: «Nacido para matar». Un joven toma prestadas las pistolas de su papá y llega a su escuela para asesinar a sus compañeros.

Millones de adolescentes han salido a las calles de varias ciudades del país para tratar de detener las matanzas. Según el Capitolio, en los cinco años que han pasado desde la masacre en el kinder llamado Sandy Hook Elementary School de Connecticut, donde 20 niños y seis adultos fueron asesinados, han habido más de 1,600 asaltos masivos con armas de fuego en todo el país. El escenario favorito de los atacantes han sido las escuelas, pero también han aparecido en cines, centros comerciales, iglesias, calles concurridas. Miles de inocentes han muerto.

¿Por qué nadie hace nada al respecto?

La respuesta no es tan simple, pero buena parte de ella recae sobre las encorvadas espaldas de una anciana llamada Marion Hammer, la estratega política de la Asociación Nacional del Rifle, y una de las mujeres más influyentes de la nación.

La historia y la cabeza de Marion han estado impregnadas por el fuego de las armas desde hace tiempo. Su padre perdió la vida en la legendaria batalla de Okinawa contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, y su abuelo materno -con el que vivió su infancia a partir de ese momento- le enseñó a disparar armas de fuego a la tierna edad de 6 años. Desde ese momento, Marion vivió fascinada con las armas, y dedicó su vida a ellas.

En la actualidad Marion tiene 76 años, y nadie se atreve a rebatir sus argumentos en el estado de Florida, donde ha contribuido a poner y quitar gobernadores, alcaldes, diputados y senadores en las últimas cuatro décadas. Ella es la que dice que poseer y portar armas para defenderse en un derecho constitucional irrenunciable de los ciudadanos, y basa sus argumentos en una anécdota personal de los años ochentas. «Al salir de mi oficina -dice- me topé con un automóvil lleno de jóvenes ebrios. El coche me siguió por el estacionamiento hasta mi carro, y uno de los jóvenes me enseñó el cuello de la botella de su cerveza preguntándome si sabía lo que haría con eso. Yo le mostré el cañón de mi pistola, y los cobardes huyeron blasfemando. ¿Saben lo que me hubiera sucedido si no hubiera estado yo armada?»

Marion llegó a ser la primera mujer presidenta de la Asociación Nacional del Rifle, y desde finales del siglo pasado ha tenido en su puño no solo al Congreso de Florida, sino a la bancada republicana del Capitolio. Como buena mujer, a ella no le gusta hablar de dinero. Pero hay informes de que ha dado mucho. Tanto para las campañas de los candidatos para gobernadores en la Florida, como donativos para Mario Rubio, el excontendiente de Donald Trump. Y no solo eso. Los flujos de dinero de la Asociación del Rifle van también a los tribunales. Cuando las víctimas de los homicidios son ciudadanos negros, es más fácil exonerar a los culpables.

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