El próximo 3 de noviembre los ciudadanos de Estados Unidos van a votar, además de por su presidente, por una política ambiental que contrasta de manera significativa con la que plantea su adversario. A principios del mes de julio, el presidente Donald Trump sostuvo que limitará las regulaciones ambientales que son obligatorias para las autopistas, las centrales eléctricas y los oleoductos.
Casi al mismo tiempo, el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, dijo que habrá un fondo de dos billones de dólares para renovar la infraestructura nacional contemplando un combate frontal al cambio climático con una economía de energías limpias. En el centro de la mira de Biden están los electores blancos de la clase trabajadora, que temen por la pérdida de empleos en la industria del gas y el petróleo.
En cambio Donald Trump oscila entre reconocer la existencia del cambio climático y burlarse de su existencia. Para el actual presidente, los intereses de las empresas están por encima del interés general. Como sucedía siempre en el pasado.
“Biden quiere volver a la regulación generalizada de la economía de las energías -dijo Trump recientemente-, unirse al acuerdo climático de París, que acabaría por completo con nuestra industria energética. Tendrían que cerrar el 25 por ciento de las empresas y acabar con el desarrollo del petróleo y el gas.»