Si América Latina ha sido desde la colonia un territorio lleno de pobreza, insalubridad, desigualdades sociales, abandono y desesperanza, con la pandemia del coronavirus esta situación se agravó hasta límites insospechados. La falta de vacunas, la fragilidad de los sistemas de salud, la corrupción y el surgimiento de nuevas variantes del virus han golpeado a la región de manera brutal en los últimos meses.
Un solo dato resulta revelador del desastre. La semana pasada, América Latina representaba el 35 por ciento de todas las muertes por coronavirus en el mundo, a pesar de tener solo el 8 por ciento de la población global. Esto significa que la región se ha convertido en un territorio baldío, presa de los políticos ineptos y corruptos, e indefenso ante los ataques de la pandemia.
En Bogotá, la capital de Colombia, la alcaldesa no tuvo más remedio que advertirle a los habitantes que se preparen para “vivir las dos peores semanas posiblemente de nuestras vidas”. En Uruguay, una nación que fue presentada imprudentemente como un país modelo en el control del coronavirus, ahora tiene una de las tasas más altas de defunción del mundo. Junto a eso, los conteos diarios de fallecimientos han alcanzado cifras récord en Argentina, Brasil, Colombia y Perú en los últimos días. Y en Venezuela, donde el gobierno no se jacta de presentar las cifras que no le convienen, ahora dice que las muertes por coronavirus han aumentado en 86 por ciento en lo que va del año.
La propagación del virus en la región puede atribuirse, al menos en parte, a una variante denominada P.1, identificada por primera vez en la ciudad brasileña de Manaos a finales del año pasado.
El resto se atribuye a las insuficiencias de una región que parece atónita e indefensa, como cuando llegaron los primeros conquistadores de España.