La estrella actual del capitalismo en el mundo, paradójicamente, es China. Con la política proteccionista de Donald Trump en Estados Unidos y los enredos de la Unión Europea propiciados por el Brexit del Reino Unido, China se ha colocado como el imperio en ascenso en Asia, pero también en otras latitudes de los cinco continentes.
Lo que a los viejos imperios les costó varios siglos de conquista -España en los siglos XVI y XVII, Francia e Inglaterra en el siglo XIX y Estados Unidos en el XX-, China lo ha alcanzado en unas cuantas décadas. Si bien con el triunfo de la revolución de Mao Tsé Tung el país definió su rumbo político con un atraso económico que lo lastraba, a partir de las reformas de Deng Tsiao Ping China se perfiló como una nación capitalista que apoyaba a sus empresarios privados y aprovechaba el libre mercado en el resto del mundo. No fue una tarea fácil, pero el control interno del Partido Comunista permitió que el país no se desgarrara en luchas internas y centrara sus metas en el desarrollo económico y el combate a la desigualdad social.
Hoy China tiene números que presume en los foros económicos de todo el mundo: el mayor número de graduados universitarios, de usuarios de internet, de propietarios de viviendas y, de acuerdo a ciertas estadísticas, el mayor número de multimillonarios en el planeta. La reducción de la pobreza extrema ha sido asombrosa: en las últimas décadas, logró colocar esa cifra en el 1% de la población. Su crecimiento ha tenido un promedio del 10% en las últimas 4 décadas, y su producto interno bruto rivaliza con Estados Unidos y la Unión Europea en los últimos años.
Desde que Henry Kissinger, siendo Secretario de Estado visitó clandestinamente a la China de Chou en Lai en 1973, han sucedido muchos cambios. El depuesto asesor de la Casa Blanca hasta meses recientes, Stephen Bannon, identificaba a China como el principal enemigo de Estados Unidos, y el actual presidente ha establecido una guerra comercial de grueso calibre con China. Pero eso parece no importarle demasiado al gobierno de Beijing. Mientras Estados Unidos se cierra al exterior, China ha financiado proyectos de infraestructura desde Camboya hasta Sudáfrica, como presas, puentes, puertas y plantas eléctricas. Muchos analistas afirman que se trata de un Plan Marshall oriental, donde China se reafirma como el socio comercial de muchos países asiáticos, desplazando a Estados Unidos. Y en el campo de la tecnología de las comunicaciones, las empresas de Silicon Valley están dejando de ser un ejemplo para las empresas de internet de China, y ahora empiezan a copiarlas. Las tendencias de imitación y competencia se revierten.
Los analistas económicos están apostando a que China será el imperio sucesor de Estados Unidos. Si Trump pierde las próximas elecciones presidenciales, dicen muchos, el ganador será el imperio del dragón alado. Y si Trump se reelige… también.