El viento ha sido, desde las antiguas civilizaciones, un aliado permanente para impulsar barcos, moler granos de productos agrícolas y llevar agua a las regiones alejadas. No es casual, por ello, que ahora el viento se coloque como una fuente de energía crucial para las sociedades. A ello contribuyen la reducción de los costos de la energía eólica y los avances de la tecnología.
El poder del viento se ha convertido en una alternativa viable para el petróleo. Es un elemento fundamental para reducir los gases de efecto invernadero que producen el cambio climático en el planeta. Además, es un aliado para el crecimiento y la creación de empleos. Por eso la inversión privada en proyectos de generación de energía a través del viento alcanzarán los 3 trillones de dólares para el año 2030; es decir, 25 veces más que el presupuesto que se ejercía hace dos décadas.
El precio del megawatt producido por la fuerza del viento se ha reducido a la mitad desde 2010. Las turbinas se han vuelto mucho más altas, monitoreables, confiables y eficientes. Existe una en Escocia que ha sido un ejemplo para la producción de energía del viento en el viejo mundo. Se llama Whitelee, actualmente tiene una capacidad instalada de 17 gigawatts, y opera ya en más de 10 países.
Y en la industria automotriz, la energía eólica tiene también un lugar importante: las baterías de los automóviles eléctricos pueden recargarse de noche con la energía del viento. Los vehículos pueden quedar listos cada mañana, y el cambio climático no tendrá ningún motivo para acelerarse.