Antes de que llegara Amazon con sus pisadas avasalladoras de dinosaurio, las librerías formaban parte de la vida académica de las escuelas, la bohemia de los barrios, los lugares de reunión para la conspiración o el romance.
Acudir a una librería, ya sea en una ciudad letrada y cosmopolita o en una ciudad con un coeficiente de lectura bajo cero, era una experiencia que se tomaba con calma, llevaba su tiempo de exploración de libros, se revisaban las páginas, se compraba un libro y se sentaban los comensales en el café. O también eran lugares favoritos para la primera cita, la reunión del grupo de elegidos por la historia, las conversaciones crípticas de los científicos.
Pero todo eso se acabó con el tiempo. Llegaron el Internet y su escudero Amazon, y las ofertas redujeron los tiempos de visita a las librerías. Muchas cerraron. El envío de libros por pedido a los hogares de los lectores puso fuera de combate la asistencia a las librerías. Los envíos por correo resultaron un anzuelo muy atractivo para la neuronas menos habituadas al esfuerzo, y los lectores optaron por quedarse en sus cómodos hogares para recibir los libros. Algo parecido a lo que sucedió con los cines cuando llegó Netflix.
Pero ahora las librerías van por la revancha. Hay muchas que ofrecen una cerveza o un café de cortesía por la visita de los clientes. Y eso no llega en los pedidos por Internet. Tampoco llegan los conciertos gratuitos, los círculos literarios, las presentaciones consecutivas de nuevos libros, la nueva cosmogonía que está surgiendo en los espacios tradicionalmente reservados a los libros de reciente aparición.
En Tokio han aparecido librerías que tienen alojamientos de hotel para los clientes. Y en Nueva York se ha puesto de moda casarse en el interior de una librería de prestigio. Más barato que una iglesia.
En ese tenor, por más que las grandes empresas traten da ganar más dinero refundiendo a los lectores o cineastas en el sillón favorito de su propia casa, no podemos olvidar que el hombre y la mujer son seres gregarios, que buscan compartir sus alegrías e infortunios con otros de su especie.