El Reino Unido, ese imperio que dominó al mundo hasta finales del siglo XIX, ahora vive una crisis que lo sacude desde sus cimientos. En los últimas semanas ha sufrido un incendio endemoniado en uno de los barrios clásicos de Londres, ha visto reducido el poder de su gobierno después de unas elecciones al vapor, y ha sufrido una serie de ataques terroristas que tienen a la población temerosa de salir a la calle.
Hace unas cuantas horas sucedió lo que podría catalogarse como una venganza terrorista. Un hombre blanco, lleno de odio hasta la médula, embistió con su camioneta a una multitud islámica que salía de una mezquita en Finsbury Park, al norte de Londres. Una persona murió y ocho más fueron hospitalizados. Era poco más de la media noche. En la mezquita se celebraba el Ramadán, el periodo más importante en el año litúrgico de El Corán. El hombre lanzó su camioneta contra los fieles, en una práctica que se ha vuelto común dentro de los atentados terroristas. Atropellar a cualquiera con el vehículo propio es algo más fácil que llenarse el cuerpo de explosivos y estallar entre la multitud. Para embestir a las filas peatonales solo hace falta saber manejar y contar con un auto. Es más fácil que preparar bombas caseras. Además, si no hay un impulso suicida, es posible huir. O matar a más gente. Eso fue lo que hicieron los terroristas que atacaron a los peatones en el Puente de Londres, y después se fueron a acuchillar a los parroquianos de un pub en Borough Market.
El terrorista que actuó anoche no era musulmán. Al contrario. Los odia. Lo más probable es que haya actuado solo, acicateado por los recientes actos terroristas perpetrados por musulmanes. El hombre que lo detuvo dijo que el atacante repetía sin cesar: «¡Voy a matar musulmenes!» Y que también dijo: «¡Y me voy a matar a mí mismo!» Es decir, la misma devoción al crimen y al suicidio que manifiestan los terroristas. Solo que sin la promesa de llegar al cielo de Alá lleno de vírgenes.
Theresa May, primer ministra del Reino Unido, dijo que su gobierno terminará con el terrorismo, independientemente de sus razones.
El único inconveniente es que, después de sus descalabros electorales, su figura representa un gobierno sin fuerza.