El anuncio oficial de que Donald Trump y su esposa tienen coronavirus fue una conmoción que cimbró los pilares de la Casa Blanca. ¿Cómo un presidente que se autoproclamó vencedor del último debate presidencial, y que había alardeado sobre la fortaleza de su salud ahora salía positivo de un virus que hasta hace pocos meses no reconocía como un peligro para la nación entera?
El número de muertes en Estados Unidos por el coronavirus es ya superior a los 200 mil. Una cifra mayor que las pérdidas de vidas norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial. Era un frente de guerra que el presidente de la nación más poderosa del mundo tenía que atacar hasta vencer.
Pero no fue así. Fiel a sus necedades, Donald Trump siguió gobernando como si no pasada nada, minimizando las consecuencias nacionales de la pandemia y luciendo muy seguro ante las cámaras.
En la Casa Blanca, la sede del poder ejecutivo y el cuartel general de un presidente que se niega a ver que su país se desmorona, el personal empezó a guardar sana distancia de sus colegas y sus amigos. El enemigo invisible fue tomando posiciones calladamente, pero sus golpes siempre fueron sido constantes y fulminantes. Nadie lo dice, pero todo el mundo sabe que hay una docena de funcionarios que no asisten a laborar porque están infectados por el virus.
A unos cuantos días de las elecciones, el virus ha ganado una de las principales batallas: la de los medios.
Ahora se avizora un posibilidad funesta: infectado por el virus, Donald Trump puede morir.
Nadie lo sabe. Lo que es sí es seguro, es que después de todo esto perderá las elecciones.