Desde que apareció el demonio del coronavirus en diferentes partes del mundo, muchos mandatarios callaron el asunto. Otros, por ignorancia y temor, negaron su existencia y sus consecuencias. A ningún jefe de nación convencía proclamar a los cuatro vientos que su país había sido presa del nuevo virus. Eso ahuyentaba las inversiones, el turismo, los acuerdos comerciales y el desarrollo económico.
Pero el ritmo de los contagios no se detuvo. La crisis sanitaria sigue imparable, y en Estados Unidos muchos culpan a Donald Trump por no enfrentarla de manera adecuada. En ese país hay más de 2 millones de afectados, y la pandemia se ha llevado la vida de poco más de 120 mil ciudadanos. A Donald Trump parecía no importarle el asunto. Para él, lo importante era ganar las elecciones de noviembre. Por eso convocó a un mitin multitudinario para salir alegremente de los encierros. En el primer mitin de la llamada nueva realidad, 6 trabajadores dieron positivo a la prueba del coronavirus. Tuvo lugar en Tusla, Oklahoma, donde cientos de simpatizantes se movilizaron, minimizando los efectos de la pandemia. Para colmo de males, se publicaron fotografías en las que el estadio lucía decenas de asientos vacíos. Esa resultó la imagen precisa y más elocuente del aún presidente de Estados Unidos: un hombre sordo ante las advertencias, lanzando sus proclamas en un estadio sin gente.